Socialismo pequeñoburgués y socialismo asalariado revolucionario

      <<Mientras que los pequeños burgueses desean que la revolución (antifeudal) termine lo antes posible alcanzando a lo sumo las metas señaladas, nosotros estamos interesados, y esa es nuestra tarea, en que la revolución (socialista) se haga permanente, en que dure el tiempo necesario para que sean desplazadas del poder todas las clases más o menos poderosas [...] Para nosotros no se trata de modificar la propiedad privada, de lo que se trata es de destruirla; no se trata de paliar las contradicciones de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de instaurar una nueva sociedad>> (K. Marx - F. Engels: "Circular del Comité Central de la Liga de los Comunistas" 10 de marzo de 1850". Ed. cit. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).

 

Introducción

       En febrero de 1848 los miembros de la “Liga de los comunistas” liderada por Marx y Engels, manifestaban amenazantes que:

       <<Los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la (incipiente) sociedad capitalista moderna, sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren la sociedad actual sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la burguesía sin el proletariado (actuando como fuerza política revolucionaria de clase social explotada). La burguesía, como es natural, se representa el mundo en que ella domina como el mejor de los mundos. El socialismo burgués hace de esta representación consoladora un sistema más o menos completo. Cuando invita al proletariado a llevar a la práctica su sistema y a entrar en la nueva Jerusalén, no hace otra cosa, en el fondo, que inducirle a continuar en la sociedad actual, pero despojándose de la odiosa concepción que se ha formado de ella.

       Otra forma de este socialismo, menos sistemática, pero más práctica, intenta apartar a los obreros de todo movimiento revolucionario, demostrándoles que no es tal o cual cambio político el que podrá beneficiarles, sino solamente una trasformación de las condiciones materiales de vida, de las relaciones económicas. Pero por transformación de las condiciones materiales de vida, este socialismo no entiende, en modo alguno, la abolición de las relaciones de producción burguesas —lo cual no es posible más que por vía revolucionaria—, sino que propone únicamente reformas administrativas realizadas sobre la base de las mismas relaciones de producción burguesas y que, por tanto no afectan a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo únicamente, en el mejor de los casos, para reducirle a la burguesía los gastos que requiere su dominio y para simplificarle la administración de su Estado.

       El socialismo burgués no alcanza su expresión adecuada, sino cuando se convierte en simple figura retórica [engañosa]: ¡Libre cambio [desigual], en interés de la clase obrera! ¡Aranceles protectores [en cada país para competir en mejores condiciones con la burguesía extranjera], en interés de la clase obrera! ¡Prisiones celulares [donde cada celda es ocupada por un solo preso] en interés de la clase obrera!  He ahí la última palabra del socialismo burgués.

       El socialismo burgués se resume precisamente en esta afirmación: los burgueses son burgueses en interés de la clase obrera. (K. Marx-Federico Engels: “Manifiesto del Partido Comunista” en Paris, junio de 1848. Cap. III aptdo. 2: El Socialismo conservador burgués. Pp. 68. Ed. L’Eina. Barcelona/1989. Lo entre corchetes nuestro. GPM).

 

            Pero en aquellos tiempos, lo cierto es que la burguesía pudo desmentir al Manifiesto con la prueba de la práctica, en eso de que el capitalismo había perdido definitivamente la capacidad…:

       <<…de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera en el marco de la esclavitud>> (K. Marx-F. Engels: Op. Cit. Cap. I: Burgueses y proletarios Pp. 49).

            Fue este el famoso “mentís” —según ha reconocido Engels— que la historia les dio a él y a otros muchos que depositaron sus esperanzas en los sucesos de 1848. Pero con la crudeza de que jamás podrá hacer gala ningún oportunista —como es el caso en nuestros días— también Engels dio a entender que los límites de la revolución en 1848 estuvieron en la estupidez política que el proletariado europeo demostró no haber podido superar en aquellas circunstancias objetivamente subversivas:

       <<…las ingenuas ilusiones y el entusiasmo casi infantil con que saludamos, ante febrero de 1848 la era revolucionaria, se han desvanecido para siempre (…) Ahora ya sabemos el papel que la estupidez desempeña en las revoluciones, y como los miserables saben explotarla (incluyendo sin nombrarlo entre esos miserables a Ferdinand Lassalle)>>. (Carta de Engels a Marx el 13 de febrero de 1862, citada por Fernando Claudin en su obra: “Marx, Engels y la Revolución de 1848” Ed. “Siglo XI” Pp. 415).

 

De Ferdinand Lassalle a Eduard Bernstein y Max Weber, teóricos precursores del fascismo

  

          Doce años después de estos acontecimientos, Ferdinand Lassalle adhirió a la causa de los obreros y de los sindicatos, acción que impulsó en ese movimiento como colaborador desde 1860, donde destacó por ser uno de los creadores de la Asociación de trabajadores de Alemania conocida por sus siglas ADAV (Allgemeiner Deutscher Arbeiter-Verein), organización que tuvo su origen en 1863, cuando contradictoriamente, su política se inclinó a favor de las ideas predominantes en el reino de los junkers (señores feudales de Prusia), que propendían a unificar la nación alemana dirigida por el estadista y político alemán Otto Von Bismarck, apodado “canciller de hierro” por su firme determinación conservadora de crear un sistema de alianzas proclives a unificar Alemania en un Estado imperial de carácter autoritario y antiparlamentario. Al colocarse como partidario de tales procederes, Lassalle se vio enfrentado a su amigo Marx, que apoyaba a los grupos laborales en contra de la Prusia feudal.

 

          A raíz de una serie de declaraciones públicas hechas por Lassalle en 1863-1864, Marx y Engels consideraron con creciente sospecha la agitación de este hombre entre los asalariados alemanes. Su conocido discurso pronunciado en Ronsdorf el 22 de mayo de 1864, recibió un sostenido aplauso de los oportunistas y fue lo que impulsó en él una campaña para la edificación de su “Asociación de los Trabajadores”. Allí su realpolitik no dudó en mostrar todo tipo de elogios al rey de Prusia, por entonces Guillermo I. Por su  parte, Eduard Bernstein que cambió radicalmente sus antiguos puntos de vista sobre Lassalle, en 1922 escribió con relación a ese obsecuente discurso que “es imposible servir a dos señores” —en este caso a la monarquía feudal y a la clase obrera—, y que el esfuerzo para modular la propia lengua con fines de producir un efecto deseado sobre las “cabezas” de los súbditos alemanes, le indujo en realidad a esgrimir un tono completamente retrógrado y cesarista. “Este discurso”, sentenció Bernstein, “fue una doble proclamación del cesarismo: cesarismo en las filas del partido y cesarismo en la política del partido”.

 

          Así las cosas, gracias a oportunistas políticos de la talla de Lassalle, la historia ha demostrado que la burguesía pudo forjar su libertad económica —es decir, el dominio de sus relaciones de propiedad— coqueteando con la nobleza en las estructuras políticas de la sociedad conservadora feudal que le precedió. El proletariado, en cambio, no logra hacer prevalecer las relaciones sociales suyas propias sin eliminar en ellas a la propiedad privada burguesa y a sus respectivos Estados nacionales. Precisamente porqué la forma específicamente obrera de libertad política, niega de hecho toda propiedad económica privada. O sea, que a diferencia de la burguesía, que conquistó el poder político después de minar durante años el poder económico de la nobleza, el proletariado no puede comenzar a revolucionar la base económica de la sociedad capitalista, si antes no logra destruir sus instituciones políticas. Las revoluciones del proletariado son, pues, intentos políticos siempre económicamente prematuros, donde cada derrota es, ni más ni menos que la expresión política de un todavía insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas. Así, en cada fracaso de la clase obrera está la conciencia de sus propios límites; pero en el necesario esfuerzo de autocrítica política teórica, se prepara su capacidad futura de hacer cada vez menos prematuro su proyecto de conquistar la emancipación humana universal, sin privilegios políticos para nadie:

     <<Las revoluciones proletarias, como las del Siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario  para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas; retroceden constantemente aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios límites, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: ¡Demuestra lo que eres capaz de hacer!>>. (K. Marx: “El 18 Brumario de Napoleón Bonaparte” Cap. I).

 

          ¿Puede la estupidez política del proletariado juzgarse, al margen de las condiciones embrutecedoras de vida y de trabajo a las que ha venido siendo sometido por aquél capitalismo temprano hasta hoy, incluyendo naturalmente las limitaciones de su vida política? Para contestar a esta pregunta, otra vez aparece el problema de la división social entre teoría y práctica. Por ejemplo, al describir los efectos del proceso laboral de transformación técnica y social a que los simples artesanos medievales fueron sometidos por la burguesía incipiente, comenzando por la cooperación en el trabajo, que se divide en distintas y sucesivas operaciones a cargo de otros tantos obreros, hasta la aplicación del maquinismo industrial que les limita y sustituye cada vez más, Marx dice que…:

     <<Es un producto de la división manufacturera del trabajo, el que las potencias intelectuales del proceso material de la producción [contenidas en la maquinaria], se les contrapongan [a cada obrero] como propiedad ajena y poder que los domina. Este proceso de escisión [entre teoría y práctica) comienza en la cooperación simple [entendida como una división del trabajo productivo asalariado en distintas y sucesivas tareas individuales cada vez más simples y rápidas], donde los propietarios de los medios de producción frente a los obreros individuales, representan la unidad y la voluntad [ajenas] que hacen al cuerpo social [colectivo] del trabajo [explotado]. Se desarrolla en la manufactura, la cual mutila al trabajador haciendo de él un obrero parcial [ejecutor reiterativo de un mismo y constante movimiento corporal]. Esta división del trabajo entre los obreros se consuma en la gran industria que separa del trabajo físico a la ciencia [incorporada a los medios de trabajo], como potencia productiva autónoma que le compele a servir al capital [representado en la maquinaria] (…) La reflexión y la imaginación están sujetas a error, pero el hábito de mover la mano o el pie [repetida y constantemente de la misma forma], no dependen de la una ni del otro movimiento. Se podría decir así, que en lo tocante a las manufacturas su poder consiste en desembarazarse de su espíritu, de tal manera que se puede […] considerar al taller como una máquina cuyas partes constitutivas son seres humanos [realizando las tareas más simples dictadas por la maquinaria]. Es un hecho que a mediados del Siglo XVIII, algunas manufacturas para ejecutar ciertas operaciones —que pese a su sencillez constituían secretos industriales—, preferían emplear obreros medio idiotas>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XII aptdo. 5: “El carácter capitalista de la manufactura”. El subrayado y lo entre corchetes nuestros).

 

            Pues bien, esa inducida idiotez de la clase obrera en Alemania, empleada por la burguesía empresarial en los procesos de producción material semi-mecanizada, se ha trasladado a la vida política facilitada por la más moderna “democracia”, donde el pueblo no delibera ni gobierna sino que es gobernado por representantes políticos preparados ad hoc para ello en los aparatos ideológicos del Estado burgués, electos en sucesivos comicios periódicos. Teniendo en cuenta esta experiencia política —similar a la de Alemania en 1860 y coetánea a la del Risorgimento italiano, Antonio Gramsci concluyó en que toda revolución proletaria en aquellos momentos, pasaba por resolver el problema de la separación entre teoría y práctica al interior del movimiento de la clase obrera subalterna, pero que la dificultad para superar este divorcio entre los hombres de accióny los hombres de la pluma, no era tanto un hecho atribuible a la presunta incapacidad de los intelectuales revolucionarios para hacerse entender por el pueblo, sino al insuficiente desarrollo cultural de las clase subalterna, fuertemente condicionada por la insuficiente fuerza productiva del trabajo en ese momento de la historia de la acumulación capitalista y, al mismo tiempo, consecuentemente por reflejos ideológicos contradictorios entre una estructura económica laboral corporativa y feudal en franco trance de disolución, y otra sustituta puramente capitalista que aún no acababa de imponerse por completo:

     <169> Unidad de la teoría y de la práctica. El trabajador medio opera prácticamente, pero no tiene una clara conciencia teórica de este operar-conocer el mundo; incluso su conciencia teórica puede estar “históricamente” en contraste con su operar. O sea, él tendrá dos conciencias teóricas, una implícita en su operar y que realmente lo une a todos sus colaboradores en la transformación práctica del mundo [durante la producción], y otra “explícita” y superficial que ha heredado del pasado. La posición práctico-teórica, en tal caso, no puede dejar de volverse “política”, o sea, cuestión de “hegemonía” [que determina optar por una de las dos conciencias]. La conciencia de formar parte de la fuerza hegemónica (o sea la conciencia política) de teoría y práctica, es la primera fase de una ulterior y progresiva “autoconciencia”, o sea, de unificación de la práctica y la teoría. Tampoco la unidad de teoría y práctica es un dato de hecho mecánico, sino un devenir histórico, que tiene su fase elemental y primitiva en el sentido de “distinción”, de “alejamiento”, de “independencia” [en el proceso hegemónico de optar entre esas dos conciencias]. He ahí por qué en otra parte señalé que el desarrollo del concepto-hecho de hegemonía, representó un gran progreso “filosófico” además de político-práctico. 

     Sin embargo, en los nuevos desarrollos del materialismo histórico, la profundización del concepto de unidad entre la teoría y la práctica no está más que aún en su fase inicial: todavía existen residuos de mecanicismo. Se habla aun de la teoría como “complemento” de la práctica, casi como accesorio, etc. Pienso que también en este caso la cuestión debe ser planteada históricamente, o sea, como un aspecto de la cuestión de los intelectuales. La autoconciencia [del proletariado como resultado de su opción política hegemónica entre las dos conciencias], significa históricamente creación de una vanguardia de intelectuales; “una masa” no se distingue y no se hace “independientemente” sin organizarse y no hay organización sin intelectuales, o sea sin organizadores y dirigentes. Pero este proceso de creación de los intelectuales, es largo y difícil como se ha visto en otras partes. Y durante mucho tiempo, o sea, hasta que la “masa” de los intelectuales no alcance una cierta amplitud, esto es, hasta que las grandes masas no alcancen un cierto nivel de cultura, [la teoría] aparece siempre como una separación entre los intelectuales (o algunos de ellos, o un grupo de ellos) y las grandes masas: de ahí la impresión de “accesorio y complementario”. El insistir en la “práctica”, o sea, después de haber, en la “unidad” afirmada, no distinguido sino separado la práctica de la teoría (operación puramente mecánica), significa históricamente, que la fase histórica es aun relativamente elemental, es todavía la fase económico-corporativa [prerrevolucionaria], en la que se transforma el cuadro general de la “estructura” [todavía vigente]>>. (Antonio Gramsci: “Cuadernos de la Cárcel”. Vol. 3 Cuaderno 8. 1931-1932. Miscelánea y apuntes de filosofía III. Ed. Era/1985. Parágrafo 169 Pp. 300. El subrayado y lo entre corchetes nuestro. GPM).

 

          La burguesía temerosa de que el proceso revolucionario entre los años 48 y 50 acabara no solo con la nobleza parasitaria, sino también con ella misma, en el oeste de Alemania se alió con la Prusia feudal en contra el proletariado. No obstante, por imperativo de las mismas fuerzas económicas, la reacción oligárquico-feudal dirigente del Estado, no podía menos que hacerse cargo de las aspiraciones de la revolución burguesa, apoyando políticamente el desarrollo del capital con gran beneficio para los capitalistas renanos y sajones. Este nuevo cuadro de situación política se presentó cuando todavía en Alemania no había hecho pie el modo de producción capitalista puro basado en el plusvalor relativo. Marx entendió por Plusvalor o ganancia absoluta, la que se obtiene aumentando el tiempo de la jornada de labor, mientras que la plusvalía relativa es la que se produce a instancias de la mayor productividad por unidad de tiempo empleado con tal fin, que al reducir el tiempo de trabajo necesario de la jornada de labor equivalente al salario, aumenta el tiempo de trabajo restante convertido de tal modo en ganancia capitalista. Así las cosas en el plano económico europeo, entre los “hombres de acción” prevaleció un talante político enfrentado al utopismo revolucionario. Mientras que durante la revolución predominó entre el proletariado la crítica radical de la propiedad privada, tras el fracaso de ese intento se acentuó la tendencia del movimiento a buscar mejoras dentro del capitalismo. En claro contraste con aquél carácter político-trágico e intransigente de los comunistas utópicos, forjado en la desesperación de la miseria de las masas que encendía los ideales más extremos, empezaron a predominar los “hombres de acción” tragicómicos que pusieron la lucha al servicio de la negociación y el compromiso con la burguesía. Hasta la derrota del 48 todavía gravitaban en el movimiento obrero las antiguas tradiciones heredadas de las guildas (corporaciones gremiales artesanas de la Edad Media tardía), que habían trasmitido a los proletarios modernos la experiencia de la lucha colectiva[i].

 

          Estabilizar históricamente al artesanado dentro del capitalismo incipiente, por un lado, y conciliar los intereses del capital y del trabajo a instancias de los sindicatos por el otro, fueron los sueños que arrullaron muchos dirigentes políticos del proletariado tras la derrota de 1848. En la obra de Marx no había lugar para semejantes ensoñaciones. De ahí que desde 1862 en que publicó su “Contribución a la Crítica de la Economía Política”, la FILOSOFÍA de Marx fue sistemáticamente ignorada cuando no tergiversada por los círculos intelectuales al interior mismo del movimiento político de la clase obrera en su época. Poco después de editada esa obra, en carta dirigida a Kugelmann el 28 de diciembre de ese año, Marx revela de modo dramático las tendencias hostiles que se insinuaban ya contra la FILOSOFÍA del Materialismo Histórico:

     <<Los ensayos CIENTÍFICOS con vistas a revolucionar una ciencia no pueden ser jamás verdaderamente populares. Pero una vez establecida la base científica, es fácil hacerlas accesibles al público en general (…) Yo quisiera, es cierto, que los especialistas alemanes aunque fuera por decencia, no ignoraran tan completamente mis trabajos. Tengo además la experiencia de ningún modo regocijante, de que los amigos, la gente de nuestro partido (…) no han hecho el menor esfuerzo por publicar una explicación o simplemente enunciar el contenido de la obra en las publicaciones a que han tenido acceso. Si esto es una táctica política, confieso que no puedo penetrar su misterio>>. (K. Marx: Carta a Kugelmann (28/12/1862. Ver en Pp. 19).

 

            En vida de Marx, fuera de Alemania y Rusia, su doctrina económica permaneció desconocida en Europa, tanto por parte de especialistas como por el gran público. Según relata R. Morgan en The German Socialdemocrats and de First Internationalcitado por Jean Barrot y Dennis Authier tras publicarse en 1867, el Libro I de “El Capital” tuvo poca influencia. Sus escasos lectores (August Bebel esperó dos años para leerlo y Karl Liebnekcht había leído menos de 15 páginas después de recibirlo), lo valoraron como una teoría “científica” de la explotación capitalista. Pero al no extraer las consecuencias políticas de la Ley General de la Acumulación Capitalista que esa obra revela, siguieron interpretando el movimiento del capital desde la perspectiva tradicional de “una injusta distribución de la riqueza”, cuyo máximo exponente del momento en Alemania era Lassalle, que líderes como Garibaldi en Italia evidenciaron respecto al partido de los Moderados de Cavour. Hasta bien entrado el siglo XX es lícito hablar del culto por el Lassalleismo. A través suyo —de su pacto con Bismark— la burguesía pudo evitar la constitución de un bloque político histórico del proletariado, al impedir que la FILOSOFÍA de la praxis se funda con el movimiento obrero. Consultando la correspondencia de Marx, es dable advertir que su pensamiento económico pasó al movimiento obrero por el filtro de Lassalle. Todos los testimonio de la época dan fe de que este impostor del movimiento obrero consiguió eclipsar la figura de Marx, usurpando su pensamiento para difundirlo totalmente desnaturalizado. Posiblemente ese haya sido uno de los puntos de su pacto implícito con el gobierno de Bismark. Múltiples signos dan testimonio de un culto oficial por Lassalle. En 1865 la esposa de Marx decía sobre este personaje lo siguiente:

     <<Por lo que se refiere a sus doctrinas, las “doctrinas de Lassalle”, consistían en desvergonzados plagios de las doctrinas elaboradas por Karl desde hacía veinte años, con algunos añadidos personales de naturaleza claramente reaccionaria, todos lo cual daba lugar a una mezcla sorprendente de verdad e invención. Sin embargo, todo aquello le pareció bien a la clase obrera. Los mejores de entre ellos, se atenían al verdadero núcleo del asunto, mientras toda la legión de adoradores se convertía con adoración verdaderamente fanática a la nueva doctrina, al falso resplandor de la causa y del nuevo mesías, en torno al cual surgió un culto que apenas encuentra parangón en toda la historia. El incienso que se quemaba en su honor atontó a toda Alemania…>> (H. M. Enzensberger: “Conversaciones con Marx y Engels” Tomo I).

 

            Por un lado, la FILOSOFÍA de Lassalle no consistía en una crítica del capitalismo  en su globalidad, sino sólo en su vertiente liberal del “Laisse faire (dejar hacer). Para Lassalle los males del capitalismo no estaban en la producción sino en la circulación de la riqueza, no en la propiedad privada de los medios de producción, sino del abuso que de ella hacían los capitalistas a instancias de la libertad irrestricta en la esfera del intercambio. Pensaba que bajo el régimen irrestricto de la oferta y la demanda, el progreso material de los trabajadores se vuelve imposible, porque cualquier aumento de los salarios reales por encima del nivel de subsistencia, provoca tal presión de la oferta de trabajo sobre la demanda que los hace descender nuevamente a ese mínimo o por debajo de él. Tal es, en esencia, lo que Lassalle dio a conocer al mundo como “ley de bronce de los salarios”. Un razonamiento de sentido común fácil de digerir. La solución consistía, pues, en "emancipar” a los trabajadores excedentes convirtiéndoles en ser ellos mismos sus propios patrones a instancias del régimen de cooperativas, subvencionadas con crédito oficial a cargo del Estado, para que los trabajadores en activo pudieran negociar sus salarios en mejores condiciones, a través de los sindicatos bajo arbitraje estatal…

 

          Fuertemente amarrado a la FILOSOFÍA hegeliana, que bajo el capitalismo concibió al Estado no como un instrumento político de la burguesía en su rol de clase dominante —tal como vino sucediendo en la historia con los distintos Estados clasistas desde el esclavismo—, sino como una autoridad “independiente” y, por tanto, proclive a regimentar el funcionamiento de la sociedad de acuerdo con la “idea” de racionalidad  y justicia por encima de cualquier interés particular, Lassalle veía al Estado feudal de su época como un ente apartado de su verdadero fin clasista realmente existente, que podía ser conducido por el camino correcto mediante el sufragio universal. Conclusión: que según su discurso la reforma de la sociedad era posible a través de la reforma del Estado por medio de los comicios, dejando intacta la propiedad privada. Tal fue la FILOSOFÍA que el Lassalleismo convirtió en cosa de “sentido común” dentro del movimiento obrero internacional[ii].

 

          De hecho, cuando en 1869 se constituye el Partido Obrero Socialdemócrata  Alemán (SDAP) durante el Congreso de Eisenach, su programa considerado literalmente no es, en modo alguno, marxista. Los vestigios lassalleanos de los que está impregnado (Estado popular libre, producto integral del trabajo, créditos públicos para las cooperativas de producción), son los mismos que Marx criticaría seis años más tarde en el momento de la fusión de ese partido con los lassalleanos en Gotha compartiendo el mismo programa criticado por Marx. Por otra parte, el programa de Eisenach también estuvo en la línea democrático-burguesa: reivindicaciones de “libertad política” y de un “Estado democrático”. Es en este surco abierto en el SDAP por “marxistas” como Wilhelm Liebnektch y August Bebel, donde la burguesía logró sembrar la semilla del policlasismo, para que los trabajadores alemanes acepten la tontería estratégica de un “socialismo” basado en la mutua “tolerancia” entre clases históricamente antagónicas, y en la coexistencia entre el proletariado y la pequeñoburguesía en el seno de un mismo partido.

 

          Desde el último cuarto del siglo XIX, prevaleció en Alemania una práctica social, donde la burguesía en general encontró su entusiasta justificación, en el creciente nivel de vida coyuntural del proletariado y, en el consecuente apoyo electoral que había venido recibiendo desde que, en 1890, el Estado alemán les legalizó cubriéndoles de prestigio político y prebendas, de modo que los burócratas del Partido Socialdemócrata en ese país se fueron creyendo el cuento de una estrategia socialista por simple trans-crecimiento del capitalismo. Todavía en 1913, la correspondencia entre Marx y Engels fue deliberadamente manipulada por Víctor Adler, Eduard Bernstein y August Bebel, de modo especial en los pasajes que tratan sobre Lassalle y Liebnekcht, duramente criticados por Marx en diversas ocasiones. Así, a despecho de las intenciones de Marx y Engels, la común aceptación de la táctica electoral terminó sirviendo a la estrategia burguesa de reforma de la sociedad civil y del Estado a instancias del sufragio universal. Para ellos, no se trataba ya de destruir al Estado burgués como primera tarea para la construcción del socialismo, sino de administrar los intereses de la burguesía en nombre de la clase obrera, hasta el momento en que el capital pueda ser pacíficamente socializado, desde el Estado como representante de los intereses generales en nombre de la “voluntad popular”[iii]. Con semejante apoyo político de un ingenuo proletariado momentáneamente comprado por el movimiento expansivo del capital, a los dirigentes del SPD cómodamente instalados en los aparatos del Estado burgués alemán, ya no les bastaba con hacer pasar las tesis de Lassalle por marxismo, sino que necesitaban desprenderse de él para afirmarse en una nueva teoría que legitimara su práctica oportunista.

 

          Ese es el cometido histórico que vino a cumplir Eduard Bernstein. Observando que el nivel de vida obrero acompañaba en su ascenso a las ganancias de los capitalistas, Bernstein sacó la peregrina conclusión de que las “coalisiones de empresas”, los truts y los cárteles, terminaron por trastocar las condiciones objetivas del capitalismo de libre competencia estudiadas por Marx, lo cual presuntamente desvirtuaba por completo la teoría política de clases como medio para llegar al socialismo. De este modo, el pensamiento de Bernstein se puso al servicio de esos nuevos “hombres de acción” convertidos en gestores del capital, para cortar todo vínculo orgánico con la molesta teoría revolucionaria. En estas circunstancias fue Rosa Luxemburgo al frente de la fracción “espartaquista” dentro del SPD quien, desde principios del Siglo XX intentó infructuosamente desmontar el edificio político que los reformistas socialdemócratas habían venido construyendo en los dominios del capital. Sólo tuvo éxito en el campo teórico:

     << ¿Cuál es, aparentemente, la característica principal de esta práctica? Cierta hostilidad para con la “teoría”. Esto es natural, puesto que nuestra “teoría”, es decir, los principios del socialismo científico, imponen limitaciones claramente definidas a la actividad práctica: en lo que hace a los objetivos de dicha actividad, los medios para alcanzar dichos objetivos y el método empleado en dicha actividad. Es bastante natural que la gente que persigue resultados “prácticos” inmediatos quiera liberarse de tales limitaciones e independizar su práctica de nuestra “teoría”.

     Sin embargo, cada vez que se trata de aplicar este método, la realidad se encarga de refutarlo. El socialismo de Estado, el socialismo agrario, la política de compensación, el problema del ejército, fueron todas derrotas para el oportunismo. Está claro que si esta corriente desea subsistir debe tratar de destruir los principios de nuestra teoría y elaborar una teoría propia. El libro de Bernstein apunta precisamente en esa dirección. Es por eso Max Shippel (1859-1928): revisionista de derecha en la socialdemocracia alemana; defendía el expansionismo, la política agresiva y el imperialismo alemanes que en Stuttgart todos los elementos oportunistas de nuestro partido se agruparon inmediatamente en torno a la bandera de Bernstein. Si las corrientes oportunistas en la actividad práctica de nuestro partido son un fenómeno enteramente natural que puede explicarse a la luz de las circunstancias especiales en que se desenvuelve nuestra actividad, la teoría de Bernstein es un intento no menos natural de agrupar dichas corrientes en una expresión teórica general, un intento de elaborar sus propias premisas teóricas y romper con el socialismo científico. Es por eso que en la publicación de las ideas de Bernstein debe reconocerse una prueba histórica para el oportunismo y su primera legitimación científica>>. (Rosa Luxemburgo: “Reforma o revolución” Segunda parte Cap. V: El oportunismo en la teoría y en la práctica. Pp. 91-92.

 

            En el marco de la concepción gramsciana de la práctica política y siguiendo bis a bis estas palabras de Rosa, se hace patente que la FILOSOFÍA de Bernstein es la adaptación del lassallenismo a la etapa monopolista del capitalismo[iv]. Destruir el marxismo como FILOSOFÍA de la praxis para impedir la unión entre la teoría revolucionaria y la práctica política en el movimiento obrero, es decir, la conformación de un bloque histórico proletario. Tal fue el primer cometido de Bernstein y su gente. El segundo cometido de Bernstein derivado del primero, consistió en poner su FILOSOFÍA al servicio del movimiento político del capital, ofreciéndola para que sirviera de vínculo ideológico entre el proletariado y la burguesía a nivel internacional, para la conformación del bloque histórico de dominación que ellos, la Segunda Internacional, se encargarían de hegemonizar y dirigir. Una FILOSOFÍA que, con tal cometido, reemplazaba la idea marxista de la lucha de clases por su contraria, basada en la colabora­ción entre capitalistas y obreros; una FILOSOFÍA que no necesitaba demostrar teóricamente nada porque no era más que el reflejo directo en la conciencia del proletariado, de una realidad tangible: la que ofrecía el proceso de la acumulación del capital basado en el plusvalor relativo. De ahí que en "Las Premisas del Socialismo y las Tareas de la Socialdemocracia, Bernstein" escribiera con total desenfado lo siguiente:

     <<Ningún hombre piensa en arremeter contra la sociedad burguesa como realidad colectiva civilizada y normalizada. Al contrario. La democracia social no quiere desmembrar esa sociedad y proletarizar sus miembros todos juntos, trabaja al contrario sin cesar en elevar al trabajador de la condición social de un proletario a la de un burgués y generalizar de ese modo la burgue­sía o la realidad burguesa. No quiere poner en el lugar de la sociedad burguesa una sociedad proletaria, sino en lugar del orden social capitalista un orden social socialista>>. (Citado por Iring Fetscher en: "El Marxismo. Su historia en documentos". Ed. Zero, S.A./1976 Pp. 190).

 

          En lo que respecta a la relación entre el movimiento obrero y el Estado, Bernstein se mantuvo también en la línea de los lassalleanos al sostener que, como producto de las luchas obreras y populares, el Estado capitalista ha mutado su naturaleza originalmente represora para pasar a ser el "Estado del pueblo":

     <<El Estado no es únicamente órgano de opresión y guardián de los negocios de los propietarios. Hacerle aparecer solamente como tal es el recurso de todos los sistematizadores anarquis­tas. Proudhon, Bakunin, Stirner, Kropotkin, todos ellos han presentado al Estado siempre únicamente como órgano de la explotación y de la opresión; y lo ha sido evidentemente durante sufi­ciente tiempo; pero desde luego no tiene que serlo necesariamente. Se trata de una forma de vida común y de un órgano de gobierno que enmienda su carácter sociopolítico con su conte­nido social. Si, de acuerdo con un nominalismo abstraccionista, se une indefectiblemente el concepto del Estado con el concepto de las circunstancias de opresión bajo las cuales surgió aquél, se ignoran las posibilidades de desarrollo y las auténticas metamorfosis que de hecho se han producido en él a través de la historia.

     En la práctica, bajo el influjo de las luchas de los movimientos obreros, se ha impuesto en los partidos socialdemócratas otra valoración del Estado. Aquí, efectivamente, ha ganado terreno la idea de un Estado del pueblo, que no es el instrumento de las clases y capas superiores, sino que recibe su carácter de la gran mayoría del pueblo gracias al derecho de voto general e igualitario. En este sentido, Lassa­lle, en las frases antes citadas, y a pesar de algunas exageraciones, se ha adelantado acerta­damente a la historia, tal como nosotros podemos abarcarla desde nuestra perspectiva>>. (Ibíd. Ed. cit. Pp. 29).

 

          Esto lo dijo Bernstein en 1922, tres o cuatro años después de que sus "hombres de acción" en el SPD a cargo del "Estado del Pueblo" procedieran a ordenar el aniquilamien­to de miles de obreros revolucionarios que desde los “Consejos de obreros y soldados” quisieron unir la teoría con la práctica revolucionaria, negándose a aceptar las condiciones de los nuevos administradores políticos del capital en nombre del socialismo. Desde noviembre de 1918 a febrero de 1919, los muertos en toda Alemania superaron a los de las dos revoluciones Rusas juntas, la de febrero y la de octubre de 1917. Según reseña Gilbert Badia en su "Historia de la Alemania Contemporánea" (citado por Jean Barrot y Dennis Authier. Op. cit.). El aplastamien­to militar de la "Segunda República de los Consejos" en Baviera (abril-mayo de 1919), corrió a cargo de futuros dirigentes nazis como Heinrich Himmler, Rudolph Hess y Von Epp.

 

          Tras el aniquilamiento de la revolución de 1918-19, haciendo suya la definición de Bernstein, el célebre sociólogo burgués Max Weber, calificará a la Socialdemo­cracia como <<un Estado en el Estado>>, rindiéndole sincero y agradecido homenaje. La disciplina que Weber elogió en la socialdemocracia remite, sin duda, al "buen sentido" gramsciano. Fue el resultado de un proceso en el que a instancias del "transformismo" operado en la conciencia de buena parte de los intelectua­les y militantes más radicales del movimiento obrero alemán en los momentos de calma, la burguesía de ese país consiguió finalmente hacer prevalecer en el "sentido común" de los trabajadores alemanes, el prejuicio burgués de que el Estado moderno pertenece a todo el pueblo y que éste sólo gobierna a través de sus representan­tes elegidos por sufragio universal. Esto permite explicar el hecho de que el proletariado alemán —por vía de la disciplina comicial adquirida durante años de hábito elector para integrar la institución del parlamento—, durante la revolución de 1918 abdicara el poder revolucio­nario que detentaba desde los Consejos de obreros y soldados, en favor de la Constitu­yen­te dominada por los burócratas pro burgueses de la fracción socialdemó­crata de derecha[U1] . Marx y Engels en sus artículos publicados por el New York Daily Tribune, subrayaron el papel relevante de la pequeña burguesía en su propensión oportunista a reemplazar la acción revolucionaria por la retórica vacua de su cobardía política:

    <<La pequeña burguesía tiene la mayor importancia en todo Estado moderno y en todas las revoluciones modernas. Es particularmente importante en Alemania, donde en el curso de las recientes luchas ha desempeñado casi siempre el papel decisivo. (F. Engels en: “Revolution et contre-révolution en Allemagne”). Teniendo en cuenta la inmadurez del proletariado para convertirse de inmediato en fuerza hegemónica, la perspectiva de continuidad de la revolución —paso del “primer acto” al “segundo acto”— en que se colocaban Marx y Engels, era difícilmente concebible en el caso alemán sin una etapa de dominación de la pequeñoburguesía (socialdemócrata). Por eso la Circular del Comité Central de la Liga de los Comunistas en marzo de 1850, formuló la siguiente perspectiva estratégica: “El papel de traición que los liberales burgueses alemanes desempeñaron respecto al pueblo en 1848, lo desempeñarán en la próxima revolución los pequeñoburgueses demócratas, que ocupan hoy en la oposición el mismo lugar que ocupaban los liberales burgueses antes de 1848. Y a continuación Marx y Engels definieron cual debiera ser la política del proletariado “durante el período de superioridad (de los pequeñoburgueses socialdemócratas) sobre las demás clases dominantes y sobre el proletariado”. Tesis que Engels reafirmó en 1852: “La experiencia revolucionaria práctica de 1848-1849 confirma la conclusión a la que llegaban las reflexiones teóricas: la democracia de los pequeñoburgueses debe, a su vez, pasar por el gobierno antes de que la clase obrera comunista pueda instalarse en el poder de modo permanente y destruir el sistema de esclavitud de los asalariados bajo el yugo de la burguesía en su conjunto” (“Circular del Comité Central de la Liga de los Comunistas. Cita de Fernando Claudín en: “Marx-Engels y la Revolución de 1848” E. Siglo XXI/1985 Cap. III Aptdo. 2 Pp. 272-273. Cfr. con versión digitalizada).

                                                                                                                    

          Desde Bebel y Liebnekcht hasta Helmut Kool, pasando por Friedrich Ebert y Gustav Noske —el "perro sangriento de la Revolución Alemana" que ordenó el asesinato de Liebnekcht y de Rosa Luxemburgo junto a miles de militantes spartaquistas entre enero y febrero de 1919—, la socialdemocracia no ha hecho más que consolidar el "matiz" de la ideología democrática y el frente policlasista que de la mano de estos corruptos "hombres de acción" desde la Segunda Internacional en adelante, condujo directamente al fascismo en Europa. La forma en que el capitalismo alemán logró sobreponerse a la energía revolucio­naria del proletariado en ese país, ha demostrado la impor­tancia decisiva de la teoría en los resultados de la práctica política. Se impone aquí evocar el pasaje de Lenin en su obra "Que hacer” donde se refiere a la importancia de la teoría, paradó­jicamente a propósito de unas observaciones hechas por Engels en 1874 sobre este asunto. Replicando a los oportunistas del POSDR, Lenin apeló a unas palabras de Marx en su Crítica del Programa de Gotha con las que censuraba <<dura­mente>> el eclecticismo imperante en el flamante SPD surgido de la unión entre lassalleanos y "marxistas" que acabaron siendo unos oportunistas:

<<Ya que hace falta unirse —escribía Marx a los dirigentes del partido— pactad acuerdos para alcanzar los objetivos prácticos del movimien­to, pero no trafiquéis con los principios, no hagáis "concesiones" teóricas. Este era el pensamiento de Marx, ¡y he aquí que entre nosotros hay gentes que en su nombre tratan de aminorar la importancia de la teoría!

Sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un tiempo en que a la prédica en boga del oportu­nismo va unido un apasionamiento por las formas más estrechas de la actividad práctica>>. (V. I. Lenin: "Que Hacer” Cap. I: d) "Engels sobre la importancia de la lucha teórica". El subrayado nuestro).

 

          Inmediatamente, Lenin señala la preeminencia que debe tener la lucha teórica, sobre todo para un partido en formación. Pueden observarse aquí las coincidencias entre Lenin y Gramsci en cuanto a que:

     <<El primer deber político de todo nuevo grupo socialmente homogéneo, consiste, primordialmente, en definir su FILOSOFÍA política. Y, para la socialdemocracia rusa, la importan­cia de la teoría es mayor aun (...) por el hecho de que nuestro partido sólo ha comenzado a formarse, sólo ha empezado a elaborar su fiso­no­mía, y dista mucho de haber ajustado sus cue­ntas con las otras tendencias del pensamiento revolucio­nario, que amenazan con desviar el movimiento del camino justo. (...) En estas condiciones, un error "sin importancia" a primera vista, puede causar los más desastrosos efectos, y sólo gente miope puede encontrar inoportunas o superfluas las discusiones fraccionales y la delimitación rigurosa de los matices. De la consolidación de tal o cual "matiz" puede depender el porvenir de la socialdemocracia rusa por años y años>> (V.I. Lenin ibid.)

 

          Estas palabras de Lenin evocan asimismo la lucha de los primeros marxistas contra el socialismo utópico y sentimental, En tal sentido, las causas del fracaso de Rosa Luxemburgo en su lucha política de principios de siglo contra el oportunismo reformista, habrá que ir a buscarlas también a los orígenes de la socialdemocracia alemana. Porque bien es cierto que tras las sucesivas derrotas del 48 y del 71 las consecuencias políticas de la inevitable integración económica de los obreros al capital era un coste que había que aceptar. Pero no es tan seguro que, aun así, la fortaleza del capital hubiera resistido el seismo de su crisis finisecular, de no ser porque ya antes los fundadores del materialismo histórico no fueron acompañados en la tarea de darle a la FILOSOFÍA del proletariado una práctica acorde con ella, aunque sea minoritaria; porque sus discípulos de mayor valía, los más inteligentes y abnegados incluida Rosa, han hecho escuela en el error de insistir en su compromiso militante con organizaciones políticas obreras de masas pero irremisiblemente reaccionarias, contribuyendo desde entonces a mantener la teoría revoluciona­ria secuestrada por una práctica reformista:

<<Luxembourg no comprendió que la lucha de clases es especialmente flujo y movimiento, pero cristaliza también en organizaciones, revolu­cionarias y reaccionarias. De ahí su negativa a crear una organización independiente. Razonó con relación al Estado nacido en noviembre de 1918, como razonó a propósito del SPD y del USPD (Partido Socialista “Independiente” de Alemania). Al concebir la vida social, ante todo como un movimiento, [Rosa] descuidó los momentos de ruptura. Rechazó el atacar frontalmente al Estado de noviembre (como anteriormente al SPD) porque los obreros ocupaban dentro de él un puesto considerable y [según ella creyó] podrían hacerle evolucionar [hacia posiciones revolucionarias]. Ahora bien, si no hay ruptura, destrucción de las formas [orgánicas] institucionales provenientes de la antigua fase de estabilidad, el movimiento sigue siendo un movimiento interno al capitalismo, e incluso ayuda a este último a adaptarse [a las condiciones preexistentes]>> (J. Barrot y D. Authier: Op. Cit. Cap. VI: "Relación de fuerzas antes del enfrentamiento". Lo entre corchetes nuestro)

 

          El ejemplo de Rosa Luxemburgo, como el de Willich y Schapper en 1848 o como el de Lassalle en 1860, demuestran que los vínculos ideológicos formales con el marxismo en organizaciones reformistas socialdemócratas al estilo de los Partidos Comunistas de la IIIª Internacional tras la muerte de Lenin, en tanto y cuanto no rompen políticamente con el sistema sirven tácticamente a sus dirigentes reformistas, para que sus cada vez más estrechos vínculos con el capital global, puedan ser vistos por la militancia más radical del movimiento, a lo sumo como "desviaciones oportunistas" de una ortodoxia revolucionaria proclamada, evitando así la construcción de organizaciones verdaderamente revolucionarias alternativas. En épocas de retroceso ideológico, muchos "hombres prácticos" del movimiento se dejan seducir por las organiza­ciones reformistas, que ejercen sobre ellos un magnetismo tan irresistible como el voluntarismo utópico al que se entregan en momentos de alza revolucionaria. Siguiendo el mal entendido concepto de "estar con las masas", encuentran en la lucha interna contra el "oportunismo" la siempre estúpida esperanza de hacer evolucionar a esas organizaciones contrarrevolucionarias hacia posiciones revolucionarias. Sometidos al permanente divorcio entre teoría y práctica, donde la costumbre del compromiso con el enemigo de clase al interior de organizaciones contrarrevolucionarias, violenta y malogra sistemáticamente la ética de la necesaria ruptura orgánica con él, son pocos los que, como Rosa Luxemburgo, logran mantener intacta su adhesión a los principios de la FILOSOFÍA de la praxis —tal como la comprendió y asumió políticamente Gramsci hasta su muerte, aunque para no pocos ilusos vivientes ya inútilmente cuando, en pocos meses, la historia se sacude trágicamente años de comedia política, como sucedió El 25 de agosto de 1917 poco antes de finalizar la primera guerra mundial, contra la que:

    <<Turín se alzó espontáneamente y la represión militar causó más de cincuenta muertos y centenares de heridos. La ciudad fue declarada zona de guerra. Los dirigentes socialistas fueron arrestados en masa y la dirección de la sección socialista quedó a cargo de un comité de doce personas del que formaba parte Gramsci. En Rusia los bolcheviques tomaron el poder el 7 de noviembre, pero durante semanas a Europa llegaban tan solo noticias confusas hasta que el 24 de noviembre la edición nacional del ¡Avanti! publicó un editorial con el título “La Revolución contra el capital” firmado por Gramsci.

     También en Italia las dificultades de la guerra y el eco de la Revolución Rusa llevaron a sublevaciones espontáneas duramente reprimidas por el orden constituido; la revuelta por el pan de Turín de septiembre de 1917 desencadenó una dura reacción: 50 muertos y más de 200 heridos, declaraciones de Turín como zona de guerra y la consiguiente aplicación de la ley marcial, arrestos en cadena que golpearon no solo a los que habían participado en el levantamiento, sino también a los elementos políticos de la oposición (y en especial a todo el núcleo de la fracción socialista) con la acusación de instigación a la revolución.

     Después de los arrestos efectuados en Turín, Gramsci pasó a ser el único redactor de El Grito del Pueblo, que cesó de publicarse el 19 de octubre de 1918. Terminada la guerra, Gramsci trabajó únicamente en la edición piamontesa del Avanti! desde el 5 de diciembre; pero los jóvenes socialistas turineses: Gramsci, Tasca, Togliatti y Terracini, intentaron expresar, después de la revolución rusa, nuevas exigencias en la actividad política socialista, que no sentían representadas en la Dirección Nacional:

     Queríamos hacer, hacer, hacer, nos sentíamos angustiados, sin una orientación, hastiados en la ardiente vida de aquellos meses después del armisticio, cuando parecía inmediato el cataclismo de la sociedad italiana.

     Escribió por sí mismo el número único del periódico de los jóvenes socialistas La Città Futura, publicado el 11 de febrero de 1917.

     Fundó junto a Angelo Tasca, Palmiro Togliatti y Umberto Terracini el periódico L'Ordine Nuovo (reseña semanal de cultura socialista) en 1919 y la línea política de la revista, después de un camino incierto, se definió adoptando posiciones netamente obreras. El primero de mayo de 1919 se publicó el primer número de Orden Nuevo con Gramsci como secretario de redacción y animador de la revista.

     Los obreros sintieron predilección por el semanario porque «los artículos no eran frías arquitecturas intelectuales, sino que desobstruían nuestra discusión con los mejores obreros, creaban sentimientos, voluntad, pasiones reales de la clase obrera turinesa [...] eran casi una toma de conciencia de sucesos reales.

     Participó asimismo en el movimiento de los Consejos de fábrica de Turín (1919-1920). De hecho, si la democracia burguesa tiene su punto de apoyo institucional en el Parlamento, la democracia proletaria asigna a los consejos de fábrica esta posición democrática necesaria para el nacimiento del nuevo orden. De aquí surgieron las batallas por la introducción y la difusión de estos consejos, la proximidad con los sentimientos y las opiniones de los obreros, la crítica al Partido Socialista Italiano (partido para los proletarios, pero no del proletariado) completamente homologado a la lógica del poder burgués y por eso mismo incapaz de expresar una alternativa política real.

     Gramsci apoyó la huelga de abril de 1920, la ocupación de las fábricas del septiembre siguiente y la frustrada huelga de abril de 1921. Además polemizó con la dirección del Partido Socialista, tanto contra los maximalistas como contra los reformistas. Indicó un programa que sacudió la explícita aprobación de Lenin al II Congreso de la III Internacional comunista, que había pedido la expulsión del partido de los reformistas y de algunos maximalistas.

     La resolución de la Internacional comunista que pedía a los partidos socialistas el alejamiento de los reformistas y más en general de los gradualistas (los que pretendían la toma del poder político por la vía democrática electoral para efectuar las reformas sociales) fue desoída por el Partido Socialista Italiano. A pesar de la aprobación y el aval de Lenin a los ordinovisti en el II Congreso de la Internacional (organización a la cual el PSI había decidido adherirse en el congreso de Bolonia de octubre de 1919), los vértices del PSI estaban en manos de dirigentes formados en el viejo estado liberal, incapaces de comprender el momento crucial político-social de la posguerra. En este sentido el fracaso de muchos obreros de agosto a septiembre de 1920 (no comprendido y por tanto duramente contrariado tanto por los dirigentes del Partido Socialista Italiano como por los dirigentes de la Confederación General del Trabajo), en este sentido el aislamiento de los ordinovistas del partido, y la escisión a la izquierda preparada en un congreso de facción en noviembre de 1920 en Imola. (https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Gramsci).

 

          Nunca se insistirá demasiado en que, a falta de un conocimiento científico de la realidad social existente, sin esta verdad políticamente asumida por los miembros de un partido, no puede haber cambio revolucionario posible. Pero también es verdad que a falta de una organización cuyos miembros cumplan con los requisitos de la teoría científica, a la postre “no suele ser la conciencia de los individuos lo que determina su existencia, sino su existencia social lo que alumbra su conciencia”. Así las cosas, es el sufrimiento cada vez más insoportable de una realidad social vigente ya caduca, lo que acaba determinando en la conciencia de las mayorías sociales explotadas y oprimidas, la necesidad de la revolución. Y en este proceso volvemos a estar ahora mismo los asalariados, bajo circunstancias en las cuales —como en el pasado—, la pequeño burguesía sedicentemente de izquierdas” y a instancias de su partido socialdemócrata se interpone disputándole a la burguesía liberal de derechas el gobierno de las instituciones estatales. Como ahora mismo en España, por ejemplo. Pero no precisamente para emancipar a los explotados del capitalismo, sino para dejar de ser ella misma pequeña. Su verdadera y más interesada lucha desde siempre ha consistido y consiste, en apropiarse de una parte proporcionalmente mayor de los medios de producción y de cambio. Éste ha sido y sigue siendo, el secreto mejor guardado de la Socialdemocracia en su actual condición de organización política.      

 

          Por tanto, quienes siendo de condición asalariada se justifiquen permaneciendo en las organizaciones reformistas y, por extensión, en las instituciones estatales burguesas militando en su nombre, lo único que consiguen es exponerse a su propia involución ideológica y corrupción política, convirtiéndose así en el más serio obstáculo de la lucha por unir la práctica política con la teoría científica revolucionaria, requisito imprescindible para encarar la formación de un bloque histórico o frente político revolucionario alternativo de poder, realmente enfrentado al capital. Esto es lo que Lenin ha querido significar cuando en 1902 sentenció diciendo que: “Sin Teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario”. Porque si la verdad universal de una teoría científica, no se proyecta siendo comprendida y asimilada por la conciencia social colectiva, para materializarse a instancias de una organización política revolucionaria independiente, su acción queda reducida a la nada. Como si se tratara de un ingeniero en paro, o que trabaja para realizar un proyecto que nada tiene que ver con el suyo propio al que, para su mayor desgracia, incluso desconoce. Y esto es, precisamente, lo que sucedió con la mayoría de los asalariados desde que, tras la derrota de la revolución de 1848, se dejaron conducir por la filosofía del sentido común pequeñoburgués introyectado en su inconsciente colectivo por la socialdemocracia:

       <<En el momento actual, en que los demócratas pequeñoburgueses se hallan oprimidos en todas partes, predican al proletariado en general la unión y la concordia, le tienden la mano y aspiran a crear un gran partido de la oposición que abarque todos los matices existentes dentro del partido democrático [socialdemócrata]; es decir, aspiran a enredar a los obreros en una organización de partido en la que predominen las frases democrático-sociales en general, detrás de las cuales se ocultan sus intereses específicos [de fracción clasista burguesa], y en las que, en gracia a  la amada paz, no deberán manifestarse las reivindicaciones concretas del proletariado. Semejante unión les beneficiaría exclusivamente a ellos y redundaría totalmente en perjuicio del proletariado. Éste perdería toda su independencia, a tan dura costa conquistada, para volver a convertirse en apéndice de la democracia burguesa oficial. Así, pues, semejante unión debe ser rechazada con la mayor energía. Los obreros en lugar de rebajarse una vez más a servir de coro y de caja de resonancia de los demócratas burgueses, deberán esforzarse, sobre todo los de la Liga, en crear al lado de los demócratas oficiales su propia organización como partido obrero público y clandestino independiente, haciendo que cada comuna se convierta en centro y núcleo de un conjunto de sociedades obreras en que se discutan la posición y los intereses del proletariado, al margen de las influencias burguesas>> (K. Marx-F. Engels: “Circular del Comité Central a la Liga de los comunistas”. Marzo de 1850. Lo entre corchetes nuestro. Versión digitalizada. Ver en Pp. 3 y 4).

 

            Esta misma prédica de aquellos antepasados políticos pequeñoburgueses socialdemócratas es, precisamente, la que sus actuales sucesores estatizados en la fase monopolista terminal del capitalismo, le han vuelto a sugerir a los asalariados: Que se agrupen y organicen una vez más en torno suyo, pero no para acabar definitivamente con este sistema de vida sino al contrario, tan mentirosa como presuntuosamente para seguir reformándolo. ¿Qué reformas? Como si esto fuera posible, cuando la competencia económica interburguesa ha impulsado el desarrollo científico-técnico de la fuerza productiva del trabajo social, hasta el límite absoluto de desembocar hoy día, en la automatización industrial generalizada que tiende objetivamente, sin poder evitarlo, a prescindir cada vez más del trabajo asalariado en todos los ámbitos de la producción, dejando sin sentido clasista burgués a la propiedad privada sobre los medios de producción y, por necesaria extención, a su consecuencia económica inmediata fundamental que vino sustentando al sistema: la ganancia capitalista.

 

          Los políticos profesionales institucionalizados de todos los colores, son plenamente conscientes de que bajo el régimen capitalista de producción ha sido, es y será imposible, no sólo evitar el creciente reparto desigual de la riqueza entre las dos clases sociales universales del sistema, sino que prevalecerá entre los explotados la tendencia cada vez más exterminadora de la pobreza extrema, a raíz de la exclusión social, un fenómeno que expusimos en el último apartado de nuestro trabajo inmediatamente anterior a éste titulado: Fundamentos del comportamiento simulador en vegetales, animales irracionales y seres humanos”. Allí destacamos el sufrimiento inaudito que hoy pesa sobre los millones de hombres, mujeres y niños más desfavorecidos en todos los países. Por tanto, estos pequeñoburgueses “socialistas” degenerados por el sistema —que se han venido disputando el poder en las instituciones políticas estatales con la derecha liberal—, mienten tan cobarde como miserablemente —y lo saben—, cuando en medio de semejante desbarajuste todavía en fase terminal del capitalismo, siguen prometiendo a su clientela electoral presuntas “políticas económicas de progreso”

 

          En las presentes condiciones terminales del capitalismo tardío bajo la “democracia representativa, los políticos profesionales, sin excepción, vienen a ser lo que José Ingenieros definió por el vocablo degeneración, un estado de conciencia enajenado que determinada minoría de sujetos pertenecientes a la clase dominante —alta y media—, adquieren a instancias de su respectiva familia educada por los medios de comunicación y, cómo no, por los aparatos ideológicos del sistema capitalista, una posición en la sociedad donde La simulación es una forma de lucha por la vida, cuyo resultado es la mejor adaptación del simulador a las condiciones del medio económico que le han determinado ser lo que son. Es decir, unos degenerados sociales. Cualificación resultante del Proceso por el cual una persona o una cosa, pasan a un estado peor al de sus orígenes, tras haber perdido progresivamente las potenciales cualidades genéricas que tenían al momento de nacer o ser creadas. Es ésta una categoría política corrupta en la que no solo están incluidos los sujetos de las clases alta y media, que se han venido disputando el ejercicio del gobierno en distintos países. También afecta a buena parte de los llamados ciudadanos de a pie, tan numerosos como pobres e ignorantes de la realidad económica y política en que vegetan, tratando de sobrevivir como individuos egoístas proclives al delito, aunque disciplinados al cumplimiento de votar periódicamente durante los comicios, para elegir a sus representantes, con la ilusoria esperanza de que atiendan a sus personales intereses:

      <<Hemos descrito ya a los delincuentes que desafían la moral y la ley al mismo tiempo. Son innúmeros. Todas las formas corrosivas de la degeneración desfilan en su caleidoscopio, como si al conjuro de un maléfico exorcismo se convirtieran en pavorosa realidad los sórdidos ciclos de un infierno dantesco; parásitos de la escoria social, fronterizos de la infamia, comensales del vicio y de la deshonra, tristes que se mueven acicalados por sentimientos anormales, espíritus que sobrellevan la fatalidad de herencias enfermizas y sufren la carcoma inexorable de las miserias ambientes.

       Irreductibles e indomesticables, aceptan como un duelo permanente la vida en sociedad. Pasan por nuestros lados impertérritos y sombríos, llevando sobre sus frentes fugitivas el estigma de su destino involuntario y en los mudos labios la mueca oblicua del que escruta a sus semejantes con ojo enemigo. Parecen ignorar que son las víctimas de un complejo determinado, superior a todo freno ético; súmanse en ellos los desequilibrios transfundidos por una herencia malsana, las deformes configuraciones morales plasmadas en el medio social y las mil circunstancias ineludibles que atraviésanse al azar en su existencia. La ciénaga en que chapalea su conducta, asfixia los gérmenes posibles de todo sentido moral, desarticulando los últimos prejuicios que los vinculan al solidario consorcio de los honestos. Viven adaptados a una moral aparte, con panoramas de sombrías perspectivas, esquivando los clamores luminosos y escurriéndose entre las penumbras más densas; fermentan en el agitado aturdimiento de las grandes ciudades modernas, retoñan en todas las grietas del edificio social y conspiran sordamente contra su estabilidad [la suya propia], ajenos a las normas de conducta características del hombre mediocre, eminentemente conservador y disciplinado>>. (José Ingenieros: El hombre mediocre Ver Pp. 88).

 

          Lo que ha venido significar José Ingenieros en este pasaje de su obra, es el riesgoso desafío a la moral y a las leyes vigentes en que incurren los delincuentes comunes. Pero el interrogante al que cabe responder aquí no es éste, sino la causa fundamental de que también delincan los políticos profesionales en el ejercicio del poder gubernamental. ¿Y a qué otra causa puede atribuirse la corrupción de estos “representantes del pueblo”, que no sea precisamente la democracia representativa y el consecuente carácter privado discrecional, de la función que normalmente desempeñan los altos y medianos representantes políticos ejecutivos en sus respectivas instituciones estatales? Y esto sin contar lo que normalmente se les paga a cambio de desempeñar sus cargos. Actualmente, el ranking de los emolumentos que cobran los representantes del pueblo electos en España, por ejemplo, lo encabeza la presidenta del Congreso de los diputados, Ana Pastor, del derechista liberal Partido Popular (PP), cuya remuneración anual está fijada en 194.548 Euros al año, es decir, 16.212 al mes. Le sigue en sucesión el presidente del Senado, Pío García-Escudero, también del PP, con 177.135,42 Euros brutos anuales. La presidenta madrileña, Cristina Cifuentes, 103.090; el lehendakari vasco, Íñigo Urkullu 99.479, y el socialdemócrata que preside la comunidad de Aragón, Javier Lambán, 81.784. En el otro extremo se sitúan los presidentes autonómicos con el salario más bajo. Éstos son el presidente de Asturias, Javier Fernández que cobra 65.290 Euros brutos anuales, la presidenta de Andalucía, Susana Díaz 64.446 y el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, 60.129. Por su parte, el presidente del Tribunal Constitucional, Juan José González Rivas, recientemente elegido, cobrará un salario bruto anual de 131.870 Euros. Algo inferior será el sueldo del fiscal General del Estado, José Manuel Maza, quien recibirá 116.127 Euros brutos anuales. Cifra similar a los 114.841 Euros asignados al presidente del Tribunal de Cuentas, Ramón Álvarez de Miranda.

 

          Todos estos individuos y sus colegas empresarios a lo largo y ancho de la geografía mundial, son sin duda conscientes de la situación terminal por la que atraviesa el sistema capitalista. Saben perfectamente que desde el estallido de la última gran crisis económica en agosto de 2007, la distribución desigual de la riqueza entre las dos clases sociales universales no ha hecho más que aumentar exponencialmente, a expensas no precisamente de las relativas ganancias crecientes de la burguesía, sino de la más absoluta y cruel explotación del trabajo, de la exclusión social masiva y la extensión de la pobreza cada vez más aguda en el seno de la clase asalariada. Pero ya en diciembre de 2014, durante la celebración del Encuentro empresarial, con motivo de implementar el Plan Estratégico de Internacionalización y Mercados Prioritarios 2014-15, organizado por el Consejo Empresarial de la Competitividad y la CEOE, ese simulador compulsivo a la sazón Presidente de los españoles, llamado Mariano Rajoy Brey, ha llegado a decir eufóricamente que: “…en muchos aspectos, la crisis es historia del pasado”.       

 

          Ya lo hemos dejado dicho varias veces y volvemos aquí sobre ello, porque tal parece que nunca será suficiente. Y es que los embozados reformistas de la izquierda socialdemócrata en España, al estilo de “Podemos”, PSOE o Izquierda Unida, que como en los demás países procuran ganarse la voluntad política de los electores para encaramarse al poder institucional, ante la presente recesión económica, han venido en los últimos años insistiendo en lo mismo que hizo Keynes durante la recesión de 1929-1945, quien por entonces le propuso al Presidente Roosevelt que aumentara los salarios, de modo tal que así el incremento de la demanda para el consumo estimularía la producción de riqueza, sacando a los EE.UU. de aquél marasmo. Pero la historia ya se ha encargado de demostrar, que la burguesía internacional solo ha podido superar aquel escollo, apelando a la guerra mundial más destructiva y genocida de todas las conocidas hasta hoy. Y es que los jóvenes políticos aprendices a simuladores oportunistas, deliberadamente insisten en omitir el hecho cierto —descubierto por Marx—, de que el estímulo que mueve a la producción de riqueza, no radica en la mayor demanda de bienes para su consumo, sino en el incremento de la ganancia contenida en esa riqueza producida. Y está claro que bajo las mismas condiciones de productividad, un aumento de los salarios deprime la ganancia:

<<Decir que las crisis provienen de la falta de un consumo en condiciones de pagar, de la carencia de consumidores solventes, es incurrir en una tautología cabal. El sistema capitalista no conoce otros tipos de consumidores que los que pueden pagar, exceptuando el consumo sub forma pauperis (propio de los indigentes) o el del "pillo". Que las mercancías sean invendibles significa únicamente que no se han encontrado compradores capaces de pagar por ellas, y por tanto consumidores (ya que las mercancías, en última instancia, se compran con vistas al consumo productivo o individual). Pero si se quiere dar a esta tautología una apariencia de fundamentación profunda, diciendo que la clase obrera recibe una parte demasiado exigua de su propio producto, y que por ende el mal se remediaría no bien recibiera una fracción mayor de dicho producto, no bien aumentara su salario, pues, bastará con observar que invariablemente las crisis son preparadas por un período en el que el salario sube de manera general y la clase obrera obtiene realiter (realmente) una porción mayor del producto destinado al consumo. Desde el punto de vista de estos caballeros del "sencillo"(!) sentido común, esos períodos, a la inversa, deberían conjurar las crisis. Parece, pues que la producción capitalista implica condiciones que no dependen de la buena o mala voluntad, condiciones que sólo toleran momentáneamente esa prosperidad relativa de la clase obrera, y siempre en calidad de ave de las tormentas, anunciadora de la crisis.>> (K. Marx: "El Capital" Libro II Sección III Cap. XX)

 

          Ahora mismo, “Podemos” parece ser la organización política española más interesada y decidida, en echar de las instituciones estatales al Partido Popular acusándole de corrupción. Pero no por esta causa, sino en realidad para ponerse ellos en su lugar. ¿Con qué intención? Aumentar los salarios. ¿De dónde van a sacar ese dinero, si no endeudando todavía más al Estado español para subvencionar a la mediana y gran burguesía? Y de paso, naturalmente, con la perspectiva consciente o inconsciente de enriquecerse vinculándose con el capital bancario en función de gobierno, que todo es cuestión de decidirse y empezar, como por ejemplo:

      <<Ahí están los casos de José Antonio Moral Santín, un histórico diputado de IU en la Asamblea de Madrid, quien en medio de la severa recesión económica el pasado año 2011 percibió 526.000 Euros anuales: 278.000 del Banco Financiero y de Ahorros (BFA) y otros 231.000 de Bankia, además de otros 17.000 de Caja Madrid antes de incorporarse al BFA: A través de su militancia comunista de base, José Antonio Moral Santín, de 62 años, ha escalado desde la presidencia de Telemadrid en los 90 a través de las cúspides de Caja Madrid —entidad que llegó a presidir efímeramente en el 2009 por una indisposición de Miguel Blesa— y también de los Consejos de la Corporación Financiera de la Caja, Mapfre o Mapfre América>>. (Medio millón de euros por la izquierda - "El Bierzo - Diario de León"). Los miembros del Consejo de Bankia sumaron sueldos por más de 6,5 millones de Euros. Después de Rodrigo Rato, el consejero que más cobró fue Francisco Verdú Pons: 1,5 millones de euros. José Manuel Fernández Norniella también ha dimitido, como consejero ejecutivo de Bankia y adjunto a la presidencia. Hombre de confianza de Rato, cobró 510.000 Euros en 2011. Claudio Aguirre, economista con notable experiencia en la banca y que ha participado en privatizaciones y en la toma de empresas multinacionales, cobró 110.000 Euros. Carmen Cavero, cuya trayectoria ha estado ligada al Banco Exterior de España, ingresó 173.000 Euros; Arturo Fernández Álvarez, vinculado a Caja Madrid y actual vicepresidente de la patronal CEOE, tuvo un sueldo de 154.000 Euros; Javier López Madrid, abogado y economista, 169.000; y Alberto Ibáñez, que ha sido presidente de City Group, obtuvo una retribución de 142.000 Euros. Juan Llopart Pérez cuenta con bastante experiencia en la banca al ostentar cargos para Banco de Europa, Caixaban o el Santander. Cobró 195.000 euros. Juan Martín Queralt, que ha ocupado cargos en la Generalitat Valenciana, fue el integrante que ganó menos: 96.000 euros. Araceli Mora, catedrática de Economía y Contabilidad en la Universidad de Valencia, recibió 125.00 euros; Francisco Juan Ros, vinculado al mundo empresarial, 124.000; José Manuel Serra Peris, que tuvo responsabilidad en entes públicos de Cataluña y el Estado, 209.000; Atilano Soto, 128.000; Antonio Tirado, ex alcalde de Castellón, 182.000, y Álvaro de Ulloa y Suelves, 112.000 euros. Por último, Virgilio Zapatero, catedrático de filosofía y ex ministro de Relaciones con las Cortes, cobró un sueldo de 198.000 por parte de Bankia y 168.000 el resto por integrar la cúpula de BFA hasta el 16 de junio de 2011.

       Por su parte, en el Consejo de BFA los sueldos de sus integrantes en activo en 2011 ascendieron a 5,3 millones de Euros. Pero hay miembros que salieron del Consejo de Administración, como Virgilio Zapatero, que cobró por formar parte de su consejo hasta el 16 de junio de 2011. Los consejeros que salieron fueron, además de Virgilio Zapatero, Arturo Fernández Álvarez, ex vicepresidente de la patronal CEOE (124.000 Euros), José Luis Olivas Martínez (623.000 Euros), Juan Llopart (172.000), Francisco Javier López Madrid (141.000), Los ya mencionado José Antonio Moral Santín (231.000 euros) y José Manuel Serra Peris (178.000). En total, sumaron 1,6 millones de Euros. El ex ministro del Interior Ángel Acebes obtuvo unos ingresos de 254.000 Euros; Francisco Baquero Noriega y Pedro Bedia, ambos representantes del sindicato Comisiones Obreras, ganaron 163.000 y 317.000 Euros respectivamente; Luis Blasco Bosqued, presidente de Telefónica Argentina cobró 178.000; José Manuel Fernández Norniella, 166.000; Rafael Ferrando Giner, vinculado a la patronal, 307.000; José Rafael García Fuster, abogado y ex político valenciano, 265.000; Jorge Gómez Moreno 339.000; Agustín González, presidente de la Diputación de Ávila, 214.000; y Mercedes de la Merced, licenciada en Filosofía y Letras y que entró en Caja Madrid a propuesta de Gallardón, 376.000. Jesús Pedroche Nieto, abogado y dirigente del Partido Popular, obtuvo 204.000 Euros; Remigio Pellicer Segarra, empresario vinculado a Bancaja, 302.000 Euros; José María de la Riva, 202.000; Estanislao Rodríguez-Ponga, ex secretario de Hacienda del Gobierno de Aznar, cobró 355.000; Mercedes Rojo Izquierdo, cargo de confianza de Esperanza Aguirre, 374.000; Ricardo Romero de Tejada, ex alcalde de Majadahonda, 270.000; Juan Manuel Suárez del Toro, que procede de Caja de Canarias, 235.000; Antonio Tirado, 227.000, y Ángel Daniel Villanueva, relacionado con Bancaja, 307.000 Euros.

 

          ¿De dónde salió gran parte de este dinero? Del trabajo no pagado a centenares de miles de asalariados españoles e inmigrantes provenientes de Latinoamérica, Rumanía, Polonia, etc., muchos de ellos engañados y estafados por los políticos profesionales eventualmente a cargo de sus sucesivos gobiernos, por una parte y, por otra, los bancos, ofreciendo productos dinerarios de la ingeniería financiera, sucedáneos del por casi todos conocido timo de la estampita.

 

          He aquí por qué los políticos profesionales de la izquierda pequeñoburguesa en general, simulan ocultando celosamente la verdadera causa por la cual le disputan el poder político a la gran derecha liberal, en las distintas instituciones estatales de todos los países. He aquí por qué en medio de los estertores terminales del sistema capitalista, estos individuos pugnan por sostenerlo a toda costa, prometiendo combatir la corrupción e implementar políticas económicas de progreso para los más desfavorecidos. Un sistema de vida que desde sus orígenes ha demostrado ser congénitamente explotador, corrupto y corruptor. Más aun desde que la democracia directa de los pueblos en los tiempos de Clístenes de Atenas (570 a C – 507 a C), fuera sustituida por la “democracia representativa”, políticamente fraccionada entre distintas organizaciones que se disputan el acceso al poder institucional. No es casual que Lord Acton haya dejado dicho para la posteridad —por lo visto hasta hoy inútilmente— eso de que: “El poder político corrompe y el poder político absoluto corrompe absolutamente”. Pero la corrupción no es algo unilateral ni espontáneo. Está férreamente determinada por el privilegiado “derecho” de los empresarios a la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio. Donde el poder corruptor que los empresarios privados ejercen según el rango del cargo jerárquico que ostenta cada cual, recae inevitablemente sobre los representantes políticos electos del poder ejecutivo institucional, que se dejan corromper por los empresarios en su respectivo Estado nacional. ¿Cómo? Induciéndoles a convertir la cosa pública en cosa privada; negociándola entre ambas partes subrepticiamente para fines mutuos gananciales. Por ejemplo, cuando en un Estado nacional se proyecta la realización de una obra pública, que arbitraria y subrepticiamente a cambio de una retribución acordada, se decide conceder a una determinada empresa privada. Es así como se confirma, categórica y terminantemente, que la puta "democracia" todavía vigente siga siendo, en realidad, la dictadura del permanente contubernio corrupto entre empresarios privados y políticos públicos profesionales. Actualmente hay pasando por los tribunales en España, más de 1.900 políticos imputados por corrupción. AQUÍ VOY

Los límites económicos objetivos del capitalismo

 

          Pero el centro neurálgico de la dictadura del capital, no reside sólo ni principalmente en la corrupción política de los gobiernos, sino en la relación social fundamental entre patronos y obreros asalariados, entre burgueses y proletarios. Ya hemos más de  una vez explicado siguiendo a John Francis Bray, el porqué de este reparto desigual, que discurre entre la igualdad del intercambio formal acordado en el contrato de trabajo, y la desigualdad real a la hora de su ejecución, o sea, por ejemplo: el hecho de que ambas partes hayan acordado un salario equivalente al valor creado por la fuerza de trabajo del obrero durante la mitad de cada jornada de labor, no quiere decir que no se le pueda hacer trabajar durante la jornada entera: ¿Y por qué los políticos profesionales al servicio incondicional de la burguesía, aceptan semejante superchería? Porque ellos son parte beneficiaria de ese reparto desigual y hacen a su condición de usufructuarios en él, consagrado por sus instituciones estatales a escala planetaria en todos los países. Para decirlo más claramente: que proceden de tal forma porque como reza el viejo proverbio de los políticos profesionales en Argentina: “donde se come no se caga”. O sea, que al dejar intangibles los hechos fundamentales del capitalismo comprendidos en la ley objetiva del valor económico, los gestores públicos cualquiera sea el partido político en el que militan y desde el que gobiernan ejerciendo el poder, no sólo aceptan las necesarias consecuencias protagonizadas por sus colegas —los empresarios privados en la sociedad civil—, sino que, además, naturalmente comparten y usufructúan semejante fechoría con ellos. Son verdaderos cómplices:  

<<La ganancia del empresario será siempre una pérdida para el obrero, hasta que los intercambios entre las partes sean iguales; y los intercambios no pueden ser iguales mientras la sociedad esté dividida entre capitalistas (propietarios de los medios de producción y de cambio) y productores obreros, dado que estos últimos viven de su trabajo, en tanto que los primeros engordan a cuenta de beneficiarse del trabajo ajeno. Es claro —continúa el señor Bray— que, cualquiera sea la forma de gobierno que establezcáis…por mucho que prediquéis en nombre de la moral y del amor fraterno…la reciprocidad es incompatible con la desigualdad de los intercambios. La desigualdad de los intercambios, fuente de la desigualdad en la posesión, es el enemigo secreto que nos devora (No reciprocity can exist where there are unequal exchanyes. Inequality of exchanges, as being the cause of inequality of possessions, is the secret enemy that devour us). (…)

Mientras permanezca en vigor este sistema de desigualdad en los intercambios, los productores (asalariados) seguirán siendo tan pobres, tan ignorantes, estarán tan agobiados por el trabajo como lo están actualmente...Sólo un cambio total de sistema, la introducción de la igualdad del trabajo y de los cambios, puede mejorar este estado de cosas y asegurar a los seres humanos la verdadera igualdad de derechos… A los productores les bastará hacer un esfuerzo —son ellos precisamente quienes deben hacer todos los esfuerzos para su propia salvación— y sus cadenas serán rotas para siempre>>. [John Francis Bray: “Labour´s Wrongs and Labour´s Remedy 1839 (Calamidades de la clase obrera y medios para suprimirla). Citado por K. Marx en: “Miseria de la filosofía” Ed. “Progreso” Pp. 61].

 

Si hay algo que no pocos de los periodistas venales suelen compartir con los políticos en las instituciones estatales, es no pasar más allá de hacer circunloquios retóricos en torno a lo que parece ser la realidad del sistema capitalista, escamoteando remitirse directamente a lo que la realidad es efectivamente, al núcleo de sus bases fundamentales. Por la cuenta que les trae, los políticos institucionalizados son unos redomados profesionales en el arte filosófico, falaz e interesado, de seguir consagrando lo aparente. Por ejemplo: en sus intervenciones durante la reciente moción de censura a su gobierno, el actual Presidente de los españoles en nombre del derechista Partido Popular (PP), ha declarado falsamente que la economía española está creciendo a razón del 3,5% anual, y que la tasa de paro ha remitido del 25 al 22%, porque se han creado 400.000 puestos de trabajo. El economista norteamericano y premio nobel, Joseph Stiglitz, ha desmentido estas palabras de Mariano Rajoy, aportando datos que le han inducido a declarar: Lo que se le ha hecho a los españoles es un desastre, acusando al gobierno del Partido Popular (PP) de ser uno de los causantes de que España esté hoy en la bancarrota. La deuda pública el pasado mes de junio respecto de mayo, aumentó en 18.549 millones de Euros, alcanzando los 1.107 billones, la mayor en toda su historia. 

Si la tasa de paro ha caído por debajo del 20% respecto de 2007, ha sido a raíz de que el gobierno si vio forzado por la recesión económica, a sustituir el empleo indefinido por el temporal y precario hoy vigentes. Así es cómo los políticos profesionales de todos los colores, justifican la “democracia” que representan, acercando en cada ocasión oportuna que se precie el ascua a su sardina. Y uno de los partidos políticos oportunistas que se apuntó a semejante modus vivendi al interior de las instituciones políticas del sistema en España, ha sido la reciente formación llamada “Podemos” aspirante a gobernar, que corriendo el mes de noviembre pasado, ha propuesto en el parlamento lo que se aprobó por 174 votos a favor y 137 en contra: un aumento del salario mínimo interprofesional hasta los 950 Euros mensuales previsto para en 2020. Una proposición que sólo será posible, si el sistema logra superar la recesión actual terminal del capitalismo, realidad que solo será posible si la ganancia del capital global en España justifica el aumento de la producción, elevándose por encima de ese supuesto y nada previsible incremento salarial.

 

Los social-demócratas al uso —como es el caso del PSOE y “Podemos” en España—, comparten la peregrina idea que acuñó ese otro sociata llamado John Maynard Keynes. O sea, que según el criterio interesado de los ideólogos a sueldo y prebendas del sistema capitalista, la objetividad de la economía política como ciencia, esto es, independiente de la subjetividad de nadie en particular, oficialmente NO EXISTE. De modo que para discernir acerca de esa parcela de la realidad, solo cabe hacerlo a la luz negra del llamado pensamiento único burgués que atraviesa el prisma subjetivo y relativista nunca tan interesado de la “política económica”. Esa disciplina engañosa, déspota y corrupta, implementada por los políticos profesionales de turno, eventualmente a cargo de las instituciones estatales capitalistas.

 

Por ejemplo, si fuera verdad que la causa de las crisis radica en el déficit de la demanda solvente, el problema podría solucionarse como han venido preconizando por todo el mundo formaciones políticas de medio pelo —como I.U., P.S.O.E y últimamente “Podemos” en España—, insistiendo en su estrategia de conciliar el artículo 33 de la Constitución —que consagra la propiedad privada capitalista—, con el 131 que consagra las presuntas virtudes de la planificación. O sea, medidas de política económica que supuestamente garantizan el llamado “Estado del Bienestar”. Tal fue el planteamiento que Keynes le propuso ejecutar al por entonces presidente Franklin Delano Roosevelt durante la “gran depresión” de los años treinta en EE.UU., aun a costa de que el Estado incurra en Déficit presupuestario e incremente la deuda estatal. Su propuesta consistió en privilegiar el Gasto público y subir los salarios, para generar la tan supuestamente definitoria y difundida  Demanda agregada para la superación de las crisis, en la creencia de que así se incentivaría la Inversión productiva, disminuyendo el Desempleo.

 

Keynes omitió tener en cuenta dos cuestiones: 1) que las crisis capitalistas típicas no son crisis de sub-consumo por carencia de poder adquisitivo de las mayorías sociales, sino crisis de superproducción existente de capital (que no se invierte en la producción) por rentabilidad insuficiente. Dicho de otra forma: que la ganancia obtenida por el capital invertido en cada unidad de producto fabricado, no justifica su inversión y, 2) que dichas crisis sólo se pueden superar en condiciones de ganancias crecientes superiores al costo en salarios para producirlas. Así fue cómo Keynes decidió ignorar las leyes objetivas de la economía política, confiando en que el gobierno americano podía moderar y hasta eliminar los ciclos económicos, interviniendo en ellos con medidas de política económica presuntamente expansivas. Pero lo cierto y verdad es que la crisis terminal del capitalismo mundial desatada el 24 de octubre de 1929, sólo se pudo superar apelando a la mayor destrucción material y muerte masiva causadas hasta entonces por una guerra mundial, como fue la que tuvo lugar entre 1939 y 1945.

 

Acerca del desarrollo histórico posible del sistema capitalista y cuáles son sus límites objetivos absolutos, ya hemos abundado y volvemos aquí a insistir una vez más en ello, según el siguiente razonamiento: 1) La función del capitalismo ha consistido y consiste en el crecimiento de la riqueza producida y su desigual reparto entre capitalistas y asalariados. 2) Dicho reparto desigual ha venido históricamente determinado por el progresivo desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, que consistió en la creciente sustitución de trabajo vivo por medios técnicos cada vez más eficaces, teniendo en cuenta que los medios materiales técnicos se limitan a trasladar su valor al producto y, 3) Según lo demostrado científicamente por Marx bajo el   título de “Fundamentos” (Grundrisse) entre 1857 y 1858 (Ver Pp.276), de este proceso de sustitución que limita cada vez más el empleo de trabajo vivo empleado respecto de los medios materiales técnicos, sólo se puede concluir en que la ganancia disminuye progresivamente, hasta el punto en que el sistema capitalista alcanza el límite histórico-objetivo de su existencia, determinado por el incesante desarrollo de la fuerza productiva del trabajo social.

 

Así las cosas, el problema insoluble que tienen por delante los actuales y futuros empresarios privados en la sociedad civil, tanto como sus colegas agentes públicos en las instituciones de los tres poderes del Estado —ya sean políticos institucionalizados, jueces o fiscales y cualquiera sea el país de referencia en las condiciones del capitalismo postrero—, no es sólo que para ello han sido debidamente educados en los respectivos aparatos ideológicos que consagran el pensamiento único burgués vigente, sino que, además, están forzados a mentir sistemáticamente sobre la realidad, siguiendo rigurosamente los falsos dogmas de fe y comportamiento, contenidos en ese pensamiento falaz, so pena de perder ipso facto su condición de aspirantes a representar políticamente a ninguna clientela entre los llamados ciudadanos de a pie. Así es la “libertad” que pueden ejercer estos candidatos a “representantes del pueblo”, en relación con la verdad de la realidad que viven y ocultan miserablemente forzados a ello por la conveniencia personal y de partido, transformados en unos simuladores y farsantes sin escrúpulos, en unos mentirosos compulsivos consuetudinarios. Tal es principio activo de la vigente propiedad privada capitalista que hace con el tiempo a la completa corrupción política de estos sujetos. En síntesis, que para llegar a ser un corrupto político consumado, es necesario pasar por dejarse corromper ideológicamente, aceptando la falsedad teórica vigente para definir la realidad en todos sus aspectos, como condición imprescindible de aspirar a incorporarse en —y dirigir las— instituciones políticas del sistema. Tal es el obligado y peligroso curso disoluto a recorrer en semejante carrera, para ejercitar el poder político “democrático representativo”. Esto es lo que Antonio Gramsci en general definió apelando al  vocablo “Transformismo”, como la función deletérea o degenerativa que cumplen las clases dominantes burguesas, sobre ciertos y determinados sujetos oportunistas que, organizados en partidos políticos reformistas del capitalismo, se proponen medrar en las instituciones estatales del sistema, dirigiendo celosamente desde allí a las clases subalternas, para que no lo trasciendan. Tal es la función política constitutiva solidaria entre los empresarios privados en la sociedad civil y los servidores públicos en el Estado.

 

Los estertores del sistema capitalista tardío

 

A esta tradicional concepción del mundo socialdemócrata reformista del capitalismo, como es el caso en España del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que desde 1879 ha venido ensayando supuestos cambios en el sistema dejándolo esencialmente como está —según el principio fundamental de sus orígenes—, se han sumado últimamente otras formaciones del mismo cuño burgués en general oportunista y rastrero, derivadas del llamado movimiento 15M que confluyeron en la organización política “Podemos”, sedicentemente representativa de “la gente”, pero  que como todas las demás organizaciones políticas del mismo carácter conservador, lo que representan en realidad y defienden incondicionalmente, es el principio fundamental del capitalismo: la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio y sus necesarias consecuencias inmediatas: 1) la explotación de los asalariados que periódicamente desemboca en crisis económicas y lucha entre las dos clases sociales universales, por un lado, y 2) la competencia intercapitalista que ha venido generando guerras de rapiña entre fracciones nacionales e internacionales de la burguesía en todo el Orbe.

                                                                

          Todo ello sucedió en el curso de un proceso histórico, donde la capacidad de producir incorporada a los medios técnicos de trabajo, en virtud de la competencia intercapitalista no ha dejado de progresar en desmedro del trabajo humano. Y dado que desde los orígenes del capitalismo la ganancia de los patronos burgueses vino determinada exclusivamente por el tiempo de trabajo humano empleado, que en cada jornada de labor excede al tiempo en que produce el equivalente a su salario, pues de tal modo resulta que el empleo de trabajo humano disminuye paulatinamente, en la misma proporción que aumenta la potencial productividad contenida en la maquinaria. Así las cosas, es falso de toda falsedad que la idea del comunismo en la sociedad capitalista haya tenido un origen subjetivo en la cabeza de los comunistas. Porque lo cierto y verdad es que esa idea antes de alumbrar el intelecto de Marx, estuvo objetivamente determinada por los hechos desde los orígenes del capitalismo. Y tan cierto es esto último como que fue en propio Marx quien con su genio investigador, pudo prever con irrebatible autoridad científica esa realidad histórica próximo-futura. Así lo dejó negro sobre blanco en mayo de 1875:

      <<En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo y, con ella, el contraste entre el trabajo intelectual [precursor del progreso técnico] y el trabajo físico; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del [falso y explotador] derecho burgués [todavía vigente], y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades! ()

     La emancipación del trabajo tiene que ser obra de la clase obrera, frente a la cual todas las demás clases [incluida naturalmente la pequeñoburguesía y sus representantes políticos estatales institucionalizados], no forman más que una masa reaccionaria>>. (K. Marx: “Crítica del Programa de Gotha”, con prólogo de F. Engels redactado el 6 de enero de 1891. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros. Versión digitalizada Cfr. Pp. 17-18).

 

        El comunismo a escala internacional ha sido, pues, científicamente previsto y previsible. Y en cuanto al odio visceral que han venido destilando los sociatas pequeñoburgueses hacia el comunismo y los comunistas, cabe decir que es un sentimiento de lo más irracional y rastrero, porque estos señores jamás han sido capaces de justificarlo con irrebatibles argumentos. Y no son capaces, porque se lo impide su tan inconfesable como consustancial y egoísta individualismo de cuño político totalitario y belicoso: el totalitarismo de esa cosa llamada capital, que a instancias de la competencia, convirtió a los países económicamente más desarrollados en imperios, y a buena parte de sus ciudadanos de a pie en estúpidas bestias rapaces inducidas por sus gobiernos a justificar las guerras de rapiña pretextando la defensa de la patria.

 

          Acerca de este particular, es necesario saber que el Islam como religión es muy anterior a la doctrina militar del yihadismo terrorista, que tuvo sus antecedentes históricos inmediatos a principios del Siglo XIX, cuando Francia y Gran Bretaña se apropiaron de territorios en el Medio Oriente y Norte de África, provocando el desmembramiento del califato asentado en Turquía, que acabó con doce siglos de dominio político soberano de la religión musulmana, no sólo en ese país, durante los cuales, para los pueblos del mundo árabe la vinculación entre política y religión encarnada en la figura del califa primero y, después del sultán, era total. En España esa lucha por el dominio territorial y social entre católicos y musulmanes llamados moriscos, se resolvió en un conflicto conocido por “La rebelión de las Alpujarras” entre 1568 y 1571 durante el reinado de Felipe II, a instancias de lo que se conoció como la Santa Inquisición católica represiva y persecutoria contra toda otra confesión religiosa, nombrando para tal fin como inquisidor general a Tomás de Torquemada. Este antecedente histórico es el que hoy reivindican los líderes religiosos terroristas islámicos a sus militantes de base, como una causa vengativa de lucha pendiente de resolución triunfante, en realidad asumida como un simple medio para los verdaderos fines políticos de su exclusivo dominio territorial, incluyendo naturalmente en ese dominio a los demás medios técnicos y humanos de la producción en los países conquistados, para los secretos e inconfesables fines económicos de reservarse el disfrute de la inmensa mayor parte de la riqueza producida por esos medios en el nombre de “Alah, el más grande”. Según Juan Antonio Llorente —que fue secretario general de la Inquisición de 1789 a 1801 y publicó en 1822 Historia crítica de la Inquisición”—, esta institución católica procesó a un total de 341.021 personas de religión musulmana, de las cuales algo menos de un 10 % (31 912) habrían sido ejecutadas.   

          A fines de aquél siglo XIX durante los años 1884 y 1885, durante la Conferencia de Berlín, convocada por Francia y el Reino Unido de Inglaterra organizada por el Canciller Otto Von Bismarck, con el fin de resolver los problemas que planteaba la expansión colonial en África y resolver su repartición, se acordó el derecho a la soberanía sobre cualquier territorio en el que la potencia extranjera lograra ocupar sus costas y ejercer la libre navegación de sus ríos, respetando la prohibición del comercio de esclavos. Así fue cómo las potencias europeas pasaron a decidir el presente y futuro de los territorios conquistados. El dominio sobre sus colonias se caracterizó por un control político total, es decir, que los nativos de los territorios ocupados, pasaron a ser gobernados y dirigidos políticamente por el correspondiente país imperialista ocupante. Por último, durante este período el acelerado aumento de la población europea en esos territorios, provocó intensos movimientos migratorios hacia otros continentes en búsqueda de fuentes de trabajo y mejores oportunidades.

          Y en cuanto al concepto de la palabra “terrorismo”, tuvo su origen más remoto durante la revolución francesa entre 1789 y 1799, cuando el gobierno jacobino antifeudal francés encabezado por Maximilien Robespierre, encarcelaba y ejecutaba a sus opositores activos sin respetar las garantías del debido proceso judicial. Y aun cuando la táctica del terror comenzó a ser aplicada por la nobleza decadente todavía en el ejercicio del poder, durante la revolución burguesa pasaron a ser aquellos mismos terroristas monárquicos quienes sufrieron con especial virulencia esta lacra. El llamado “Reinado del Terror” entre 1793-1794 habitualmente representado por el uso público de la guillotina, fue utilizado para eliminar y disuadir a "los enemigos de la Revolución" burguesa. Con este objetivo, el partido jacobino apeló a las amenazas de muerte para mantener la superioridad política sobre sus rivales, asegurándose que cualquier conato contrarrevolucionario fuera sofocado desde el principio, alentando públicamente a que los ciudadanos denuncien cualquier intento de atentado contra el nuevo gobierno revolucionario. Así fue cómo por primera vez en la historia del capitalismo, la táctica del terror militar pasó a ser parte constitutiva de la política practicada por los distintos Estados modernos nacionales capitalistas emergentes. Y en cuanto al más reciente terrorismo yihadista oriundo de países donde se profesa la religión musulmana —como es el caso en Afganistán, Irán, Irak o Paquistán—, según ha reportado en 2016 eldiario.es la causa manifiesta proclamada de los atentados terroristas islámicos han sido de carácter político-religioso-defensivo, de los cuales el 87% de ellos tuvieron lugar en esos mismos países ocupados. Entre 2007 y 2016 en Pakistán sólo se registraron 12 atentados. Pero la causa fundamental que siempre movió a las partes en conflicto que atacaron militarmente o se defendieron de otros países, no pudo jamás ni puede ser otra que los intereses materiales por expropiar o por evitar ser expropiados.

          Esta problemática del terrorismo se volvió a presentar en Afganistán, cuando en 1919, el emir Amanulah Khan que gobernó a ese país hasta 1929, había tomado el poder en Afganistán, denunciando el tratado semi-colonial que Gran Bretaña le había impuesto a los anteriores gobernantes de ese país, y emprendió acciones para enfrentar militarmente al imperialismo que buscaba retrotraer ese país a su antigua condición de colonia. Ese mismo año Amanulah firmó un acuerdo con la República Federativa soviética de Rusia. El 27 de marzo de 1919 el gobierno soviético fue el primer país en el mundo que reconoció la independencia y soberanía de Afganistán, apoyándola mientras se desarrollaba la Tercera Guerra Anglo-Afgana que discurrió entre el 3 de mayo al 3 de junio de 1919. Al término de esta guerra, Gran Bretaña se vio obligada a firmar un tratado de paz con Afganistán, reconociendo así por primera vez su independencia. Los británicos exigieron reiteradamente la ruptura de relaciones diplomáticas entre Afganistán y la URSS. En 1923 presentaron a la URSS el llamado “ultimátum de Curzon”, una de cuyas principales exigencias fue que Afganistán retirara el personal diplomático soviético en ese país y el reconocimiento a su independencia y soberanía. Fue cuando Lenin caracterizó entonces a Afganistán como "el único Estado musulmán independiente del mundo", que podría encabezar la lucha de los pueblos musulmanes por la libertad y la independencia. La primera constitución de ese país fue establecida en 1923, que garantizaba las libertades individuales y los derechos básicos de sus ciudadanos: abolición de la esclavitud, educación secular para ambos sexos, clases para adultos analfabetos y nómadas, implantación de una corte suprema y cortes de justicia seculares, abolición de los privilegios de la realeza y de los líderes tribales. Además, animó a las mujeres a salir del encierro y dejar de usar velo.3​ Su esposa, la reina Soraya Tarzi, jugó un papel muy importante en lo que respecta a su política emancipatoria hacia las mujeres.

          Las medidas modernas de Amanulah Kan en 1923, provocaron la rebelión de los mulás de la tribu mangal en Jost, liderada por el mulá Abd el Karin. Amanulah envió una delegación de ulemas para negociar, pero al ver que los mulás sólo buscaban justificaciones para su sublevación, el Ejército reprimió el levantamiento. De todos modos, Amanulah modificó la Constitución para tornarla más conservadora con los siguientes cambios: escuela hanafí reconocida como la oficial, impuestos especiales para hindúes y judíos, permiso para imponer penas según la sharia. En noviembre de 1928, las tribus shinwari de etnia pashtún (sur del país) se sublevaron. Lucharon encarnizadamente con el Ejército Nacional Afgano y, cuando lograron avanzar hacia la capital, lo que quedaba de éste, en lugar de resistir, desertó masivamente; mientras que desde el norte se aproximaba el caudillo tayiko Habibulá Kalakani. Amanulah intentó recuperar el control de sus pocas tropas leales, pero fracasó y debió abdicar en favor de su hermano mayor Inayatullah, quien fue derrocado tres días más tarde.3​ El líder militar Ghulam Nabi invadió Afganistán para ayudar a restaurar a Amanulah Khan y reclutó un ejército de 6.000 partidarios, pero al conocerse que el rey había huido (quien a su vez desconocía la existencia de este ejército), éste se desbandó.7

          El caudillo tayiko se había proclamado emir, pero fue derrocado a su vez por unos parientes lejanos de Amanulah Khan liderados por Mohammad Nadir Shah, quien se proclamó rey y aplastó brutalmente a todas las fuerzas disidentes. Los partidarios de Amanulah Khan estaban dirigidos por el jefe de la familia Charkhi de Logar, el cual fue ejecutado por orden de Mohammad Nadir Shah; sus familiares tomaron venganza y el monarca fue asesinado en 1933.8

          Tras su derrocamiento por los talibanes que derivaron en lo que hoy se conoce por Estado Islámico, Daesh o Isis —fracción política burguesa terrorista insurgente de naturaleza fundamentalista, yihadista o wahabita, formada en su origen por radicales fieles a Abu Bakr al-Baghdadi —que en junio de 2014 volvieron a poner en vigencia el califato52—, así fue cómo las reformas de Amanulah Khan fueron abolidas (incluso el ferrocarril que fue destruido por los conservadores4) y él cruzó la frontera hacia la India británica trasladándose de allí a Italia. Residió en Europa hasta su muerte en Suiza corriendo el año 1960. Sus restos descansan en el panteón familiar en Jalalabad, cerca de la tumba de su esposa contigua a la de su padre. En todo este proceso que tuvo por protagonistas principales a los líderes político-religiosos ya mencionados, insistimos en que, sin duda, la verdadera “causus belli” estuvo determinada por intereses materiales típicamente capitalistas, cuyo pretexto fue su distinta confesión religiosa respecto de la otra parte social, aunque las dos del mismo carácter explotador y beligerante en conflicto.   

          Y en cuanto a las intervenciones militares en Afganistán e Irak entre 2001 y 2003 —durante la presidencia norteamericana oficiada por ese sátrapa genocida yanky llamado George W. Bush Jr.—., fue un negocio acordado por la coalición política entre los EE.UU. y la Gran Bretaña, cuando esos dos países imperialistas decidieron deliberadamente y en el más riguroso secreto, derrumbar las “Torres Gemelas” de New York inventando falsas “pruebas”, para poder acusar de ese hecho supuestamente a los gobiernos de Afganistán e Irak —éste último presidido por Sadam Hussein—, a quien se le imputó mentirosamente poseer armas de destrucción masiva. Todo ello para poder así justificar la invasión militar de esos dos países —la de Afganistán en 2001 y la de Irak en 2003—, con el inconfesable propósito de expropiarles respectivamente sus ricos yacimientos de gas y petróleo. Más revelaciones sobre las mentiras de la versión oficial del 11S. La CIA desclasifica el documento que “justificó” la invasión de Irak.

          La guerra en Afganistán comenzó el 7 de octubre de 2001 con la “Operación Libertad Duradera” del Ejército estadounidense y la “Operación Herrick” de las tropas británicas, lanzadas ambas para invadir y ocupar aquel país asiático. La invasión se desató en respuesta a los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, de los que este país culpó al multimillonario saudí Osama bin Laden. Para iniciar la invasión, Estados Unidos se amparó en una interpretación peculiar del artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, relativo al derecho a la legítima defensa. La guerra de Afganistán se prolongó entre octubre de 2001 y diciembre de 2014. La invasión militar de Irak, también conocida como Segunda Guerra del Golfo u Operación Libertad Iraquí, discurrió entre marzo y mayo de 2003 protagonizada por una coalición multinacional entre los Estados Unidos, el Reino Unido, Australia, Dinamarca, Polonia, El Salvador, España, Italia, República Dominicana y Portugal.

Epílogo

          Como consecuencia de aquella histórica usurpación imperialista por medios bélicos, de territorios nacionales habitados por ciudadanos de confesión religiosa musulmana en Afganistán e Irak, el último episodio de todo este proceso sucedió el pasado jueves 17 de agosto a las 16:50 hs. en la ciudad española de Barcelona, cuando el joven terrorista islámico Younes Abouyaakoub conduciendo una furgoneta de color blanco —a gran velocidad y haciendo eses para pillar el mayor número posible de víctimas—, recorrió 500 metros embistiendo de forma indiscriminada a decenas de ciudadanos de diversas nacionalidades que en ese momento paseaban por La Rambla en la ciudad de Barcelona, provocando 14 muertos y más de 120 heridos. La organización yihadista Daesh, un grupo terrorista insurgente formado en su origen por radicales fieles a Abu Bakr al-Baghdadi, reivindicó el atentado a través de la agencia de noticias “Amaq”. Y según informó el rotativo barcelonés El Periódico en su edición del pasado jueves 16, “la CIA había advertido dos meses antes a las autoridades policiales de Catalunya en el noreste de España, de un posible ataque terrorista en Barcelona”. Y “mencionó en particular la zona turística de Las Ramblas”. Sin embargo, tal parece que los máximos dirigentes políticos en esa comunidad, nada hicieron para prevenir y evitar el cometido de semejante amenaza terrorista. Un atentado que ha sido el peor vivido en esta ciudad desde cuando se preparara y ejecutara por ETA el de Hipercor en 1987. ¿Fue éste último atentado un nuevo Pearl Harbor?:

      <<…A primera hora de la mañana del 7 de diciembre de 1941, submarinos y aviones japoneses atacaron a la flota estadounidense del Pacífico atracada en Pearl Harbor. Los aeródromos militares cercanos también fueron destruidos por los aviones japoneses. Ocho buques de guerra y más de diez embarcaciones fueron hundidos o sufrieron graves daños, casi 200 aviones fueron incendiados y murieron o resultaron heridos, aproximadamente 3.000 hombres de la Marina y del Ejército norteamericano.

       Con ese ataque, EE.UU. justificó ante la opinión pública norteamericana y mundial su participación en la II Gran Guerra Mundial en alianza con Inglaterra, Francia y la URSS —presidida por el stalinismo—, contra el bloque formado por Alemania, Japón e Italia. Tal como ha ocurrido antes y después del atentado el 11 de setiembre de 2001, ocurrió en EE.UU. entre octubre de 1941 y el día posterior al desastre de Pearl Harbor.

       Tras aquél ataque "por sorpresa", la conmoción y perplejidad ante la “falta de aviso” fue un misterio para todo el mundo, tanto para el servicio de inteligencia norteamericano como para la opinión pública de ese país, que no se explicaba cómo había podido ocurrirle eso al ejército mejor dotado de Occidente. No hubo entonces ninguna respuesta veraz a ese interrogante. Tal como está ocurriendo hoy[1], desde aquél fatídico 7 de diciembre hasta hace bien poco, la humanidad vivió en el mismo misterio acerca de lo que propició aquel desastre bélico y humano en Pearl Harbor. En la publicación oficial del Gobierno británico, "El sistema traidor en la guerra de 1939 a 1945", y en el libro más recientemente publicado: "Espía/Contraespía", escrito por la primera autoridad en materia de espionaje británico, Dusko Popov,  salió a la luz que en agosto de 1941, cuatro meses antes de aquella catástrofe bélica  —que ahora mismo está en las pantallas de todo el mundo, qué casualidad— el por entonces director del FBI (Federal Bureau of Investigation), J. Edgar Hoover, fue informado por completo, oficialmente y en persona, de que los japoneses estaban planeando el ataque militar sobre Pearl Harbor, así como cuándo y cómo se haría. Sin embargo, oficialmente no hubo constancia documentada de que Hoover hubiera prevenido a su gobierno del ataque. (Cfr.: http://freedom.lronhubbard.org.mx/page042.htm      El subrayado nuestro).

        Fue aquella una maniobra orquestada para justificar la participación de los EE.UU. en el pingüe negocio de la Segunda Guerra Mundial. Ahora, tras el más reciente ataque terrorista islámico en Barcelona, los líderes internacionales y alcaldes de diversas ciudades extranjeras en el Occidente capitalista, se limitaron a condenar el atentado mostrando su solidaridad con los ciudadanos y dirigentes políticos barceloneses, quienes respondieron agradecidos a ese gesto condenando al terrorismo yihadista, abrazados a los proclamados conceptos de “solidaridad y paz universal”. Como si 16 años antes primero en Afganistán y seguidamente en Irak, la invasión militar en esos países no hubiera causado ninguna consecuencia. Cuando en realidad hubo allí 4 millones de muertos. La mayoría de ellos oriundos de Afganistán, Irak y Pakistán.

          Otra completamente distinta es la dialéctica entre las dos clases sociales fundamentales del capitalismo en el mundo, donde el odio al comunismo es un sentimiento que arraiga con más fuerza en el espíritu de las relativamente numerosas minorías propietarias de medios de producción y de cambio, cuanto mayor es la masa de riqueza que ostentan en detrimento de las mayorías explotadas, quienes teniendo cada vez menos aumentan cada vez más. Así resulta que el creciente reparto desigual de la riqueza, férreamente determinado por este sistema de vida, tiene un límite histórico absoluto en la sustitución de trabajo humano físico explotado por trabajo mecánico automatizado. Como que llega el momento en que de donde ya no hay, nada se puede seguir sacando. Una dinámica objetiva descubierta por Marx que se ha venido cumpliendo fatalmente mal que les pese a los explotadores multimillonarios. Y es así, porque la maquinaria que ha venido progresivamente sustituyendo trabajo humano físico por trabajo mecánico, determinó que el valor de estos medios técnicos materiales equivalente a su desvalorización por el sucesivo desgaste físico llamado amortización, se traslade directamente al precio del producto sin generar ganancia ninguna. A diferencia del trabajo humano empleado, cuyo valor económico creado equivalente al desgaste físico del obrero durante cada jornada de labor, aunque su reparto sea cada vez más desigual ha podido distribuirse entre el relativamente menor salario que permitió al obrero reponer su fuerza de trabajo, y la relativamente mayor ganancia del capitalista que lo ha ido enriqueciendo. Una distribución desigual que se agota, cuando en virtud de la competencia intercapitalista la sustitución de trabajo humano vivo por trabajo mecanizado, llega a su límite histórico absoluto natural. Y en estas estamos ahora mismo.    

          Todo este desaguisado exige responder a la pregunta: ¿por qué los pequeñoburgueses odian a los comunistas tanto como les temen? Les odian porque luchan contra los privilegios de la clase social dominante a la que ellos mismos pertenecen; y les temen porque sienten que esa condición social suya de pertenencia a la clase propietaria explotadora, que ha venido periódicamente fluctuando peligrosamente entre los dos extremos contrarios e históricamente irreconciliables de la dialéctica social fundamental propia del capitalismo entre burgueses y proletarios, es día que pasa cada vez más inestable y provisoria cualquiera sea la confesión religiosa de sus partes en conflicto.

          Finalmente, ¡hay que ser unos miserables degenerados para insistir en escamotear la verdad en lugar de arrojar luz sobre ella —tal como nosotros hemos hecho una vez más aquí—, sobre las inhumanas y terribles consecuencias provocadas por la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio en la historia del capitalismo, que ha convertido a los seres humanos en bestias pardas! Como dijera certeramente Marx en 1844:

<<Pero, ¿en qué se distingue nuestra historia de la libertad de la historia de la libertad del jabalí, si se debe ir a encontrarla sólo en las selvas?>> (Introducción para la crítica de la filosofía del derecho de Hegel

          ¡He aquí al desnudo la causa delincuencial, expoliadora y genocida que, en todos los países al mismo tiempo, ha venido generando el odio y el temor bestial de los empresarios burgueses y políticos profesionales institucionalizados en general, hacia el comunismo y los comunistas! ¡Son estos los únicos dos sentimientos que toda esta gentuza en el poder ha sido sinceramente proclive a experimentar, más allá del goce que le ha venido proporcionando su cada vez más relativa opulencia, a instancias de la mayor productividad del trabajo ajeno gratuito aplicado a medios de producción cada vez más eficaces! ¡Un privilegio económico-social que ya llegó casi al límite histórico absoluto de su continuidad!

          Sí. ¡Basura, pura basura histórica es lo que desde la primera guerra mundial ha venido demostrando ser el llamado “mundo libre”!                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            GPM.  

 


[1] "Somos un país vulnerable, contrariamente con el sentimiento de seguridad que alimenta los días y las noches de gran parte de la humanidad. Vulnerable por los aires y por los suelos. De hecho no son aeropuertos extranjeros en los que se embarcan gente armada con el propósito de llevar adelante un suicidio masivo. Frente a este hecho, que no admite discusión, me pregunto: ¿Dónde está el dinero que escrupulosamente aportamos los americanos para los organismos de seguridad? ¿Es que las labores de inteligencia se aplican únicamente en otros países y no en el nuestro propio? ¿Para qué se gasta tiempo y dinero en el famoso escudo antimisiles, pensando en la guerra de las galaxias, si el ataque proviene desde nuestro propio territorio?" (Elizabeth Bunting-Bradshaw: "Me dieron en mis símbolos". En "Jaque al Imperio" 13/09/01) Esta es la pregunta que se hacen todavía una mayoría de norteamericanos.


[i] Ciudades como Brujas y Gante en Flandes, Lyon y París en Francia, Londres en Inglaterra, Florencia, Nápoles y Palermo en Italia, y regiones con Castilla, Aragón y Cataluña en España, fueron escenario desde el Siglo XIV de rebeliones urbanas protagonizadas por los artesanos que, , en muchos casos las dirigieron, como ocurrió en Flandes, la región manufacturera más desarrollada en el noroeste europeo:

<<En todas las ciudades —escribe Henry Pirenne— los comunes dirigidos por los artesanos por los tejedores y bataneros, derrotaron a los magistrados, organizados ellos mismos y establecieron precipitadamente gobiernos revolucionarios>> (Pérez Zagorin: “Revueltas y revoluciones en la Edad Moderna” Tomo I: “Movimientos campesinos y urbanos”).   

[ii] En realidad, la paternidad de esta FILOSOFÍA “populista” no corresponde a Lassalle. Cuarenta años antes que él, la popularizara en Alemania a nombre del marxismo, fue difundida en Francia por Louis Blanc, para quien la lucha por la conquista del derecho al voto constituía también la “base para la organización del trabajo”. Blanc propagandizaba entre los obreros la conquista del sufragio universal para supuestamente hacer valer ante el Estado y contra la burguesía la “voluntad popular”, que hiciera posible establecer los “talleres nacionales” dirigidos por el Estado , que más tarde pasarían a ser gestionados directamente por corporaciones de trabajadores “independientes”, de tal modo que asegurasen a “todos los hombres” , tanto el “derecho a trabajar” como al “producto íntegro de su trabajo”:

<<No había diferencia esencial entre lo que Louis Blanc había abogado en Francia en la década de 1840 y lo que Lassalle defendía en la Alemania de 1860, aunque, por supuesto, el medio político en el cual estas dos doctrinas fueron predicadas, era muy diferente en los dos casos. Además. Lassalle, como Louis Blanc, insistía en que era indispensable que todos los varones votasen y, también la intervención del Estado, porque sostenía que era imposible para los obreros conseguir su emancipación económica mediante un esfuerzo cooperativo voluntario, sin la ayuda del Estado>>. (G.D.H. Cole: “Historia del Pensamiento Socialista” Tomo II Cap. V. Pp. 82. Ed FCE México/1958).

 

[iii] Desde que en diciembre de 1918 los obreros alemanes votan delegar en la Constituyente el poder revolucionario que habían conquistado a través de los Consejos obreros, <<El SPD declara terminada la revolución, al menos en su fase de violencia y acciones de masas. Al estar (supuestamente) el partido de la clase obrera en el poder, la clase obrera ha tomado el poder político. Desde este momento, la transformación revolucionaria de las relaciones sociales (llamada socialización) es, de ahora en adelante cuestión de tiempo; se trata de un proceso progresivo y pacífico. Hay que desarrollar todavía el capital, pues sólo un capital llevado hasta el último estadio de su desarrollo podrá ser socializado. Para ello hay que hacer reinar el orden y aplastar a los “spartaquistas”, dicho de otro modo, al “lumpenproletariado revolucionario” (Jean Barrot y Denis Authier: “La izquierda Comunista de Alemania”. Cap. VI: Relación de fuerzas antes del enfrentamiento. Ed. Zero ZYX/1978. Pp. 107).

 

[iv] <<Superando el reformismo arcaico de la etapa artesanal temprana del capitalismo, Lassalle rechaza simultáneamente la lucha de clases y el nacionalismo manchesteriano tal como se manifestó en Inglaterra. Su sistema de los derechos adquiridos desarrolla el tema del tránsito de la propiedad privada a la propiedad pública [coexistiendo entre ambas]. Anuncia el advenimiento de los obreros, en cuanto grupo social profesional (no subversivo) en el seno del capitalismo, haciendo presión sobre el mismo capitalismo (con la ayuda del Estado), para obtener un estatuto estable y reconocido. En un discurso de 1862 —Año en que Bismark accede a la Cancillería— Lassalle plantea la pregunta ¿quién debe dirigir la sociedad? Las constituciones, explica él, no son tanto unos documentos inmutables, cuanto unas cristalizaciones provisionales de las relaciones de poder entre grupos sociales rivales. Consciente de la realidad política del mundo capitalista, donde la automatización de los individuos conduce a su reagrupamiento en bloque que reivindican una parcela de poder, procura organizar directamente esta porción de poder en colaboración con Bismark (…) Lassalle trata, de modo incompleto, sellado por un pacto explícito [Cfr. sus cartas], lo que realizará posteriormente la socialdemocracia concluyendo un acuerdo implícito con el capital>>. (Jean Barrot y Denis Authier Op. Cit. Cap. II “Orígenes del movimiento obrero alemán”. Lo entre corchetes nuestro).